Hoy comenzaremos con un ejercicio muy sencillo. Quiero que cierres los ojos y te señales a ti misma. No sigas leyendo hasta que lo hayas hecho. ¿Ya?
De acuerdo, ahora dime, ¿qué parte de tu cuerpo has señalado? Puedo responder por ti: el corazón. Todo el mundo, cuando quiere identificar su verdadero yo, señala al corazón. ¿Por qué no señalamos a la cabeza? ¿Acaso no es nuestro cerebro la esencia de lo que somos?
Para los escritores de la Biblia, la sede de la identidad del ser humano estaba también en el corazón. Así leemos, por ejemplo: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Prov. 23:7, RVR60). ¿“Su pensamiento en su corazón”? Qué mezcla de ideas, ¿no te parece? Pero es que así es: tenemos una naturaleza compleja.
No somos apenas un cerebro que piensa, siente y decide; somos también un corazón que late, un cuerpo que experimenta y, de hecho, somos más que eso: somos la interacción de todas esas dimensiones. No estamos hechas de compartimentos estancos. Dios nos ha creado así (por cierto, a su imagen y semejanza), como seres integrales, con tres dimensiones: la física, la mental y la social. Nuestra salud depende del equilibrio entre ellas.
Dice el Dr. Don Colbert: “Muchas personas caen gravemente enfermas uno o dos años después de divorciarse, perder un hijo, sufrir abusos o declararse en bancarrota. ¿Por qué? Porque el cuerpo no diferencia entre el estrés que causan los factores físicos y los emocionales. Para el cuerpo, estrés es estrés, y las consecuencias del estrés sin canalizar son las mismas”.157
Más claro imposible: lo mental (nuestras emociones negativas), lo social (nuestras relaciones) y lo físico (la enfermedad) están íntimamente relacionados. Tener un cuerpo sano es mucho más que alimentarse bien, hacer ejercicio, beber bastante agua, caminar al sol o dormir lo suficiente; hace falta la dimensión mental y la social para que la física funcione bien.
Cuando tenemos claro que somos seres integrales, que las partes que nos forman están interconectadas y que, como dice la OMS, estamos sanos cuando tenemos un bienestar completo entre lo físico, lo mental y lo social, entonces solo queda una conclusión: tenemos que cuidar con responsabilidad cada una de estas partes.
“Que el mismo Dios de paz los santifique por completo; y que guarde irreprensible todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:23, RVC).
157 Don Colbert, Emociones que matan (Tennessee: Nelson, 2011), p. 16.