El Antiguo Testamento era el libro de texto de Israel. Cuando el intérprete de la ley vino a Cristo con la pregunta: «Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?». el Salvador dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? El respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Lucas 10:25-28…
Si no hubiera otro pasaje en la Biblia, este tiene suficiente luz, conocimiento y seguridad para cada alma. El intérprete de la ley había contestado su propia pregunta, pero deseando justificarse dijo a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?». Vers. 29. Entonces, por medio de la parábola del buen samaritano, Cristo mostró quién es nuestro prójimo, y nos dio un ejemplo del amor que deberíamos manifestar hacia los que sufren y están necesitados. El sacerdote y el levita, cuyo deber era ministrar en favor de las necesidades del extranjero, pasaron de largo (Alza tus ojos, p. 213).
El verdadero discípulo tratará de imitar el Modelo. El amor de Cristo lo conducirá a la perfecta obediencia. Tratará de hacer la voluntad de Dios en la tierra, así como se hace en el cielo. Aquel cuyo corazón todavía está contaminado por el pecado, no puede ser celoso para hacer buenas obras; no es cuidadoso para abstenerse del mal; no ejerce vigilancia sobre sus propios motivos y su conducta, ni dominio sobre su lengua desenfrenada, ni cuidado para someter el yo y llevar la cruz de Cristo. Esas pobres almas engañadas no guardan los cuatro primeros mandamientos del Decálogo, que definen el deber del hombre hacia Dios, ni los últimos seis que señalan su deber hacia su prójimo.
Los frutos del Espíritu, que gobiernan el corazón y controlan la vida son: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, entrañas de misericordia y humildad de mente. Los verdaderos creyentes andan de acuerdo con el Espíritu y este mora en ellos (Cada día con Dios, p. 289).
En la Palabra de Dios… hay lecciones prácticas. Esa Palabra enseña principios vivos, santos, que impulsaron a los hombres a hacer a otros lo que ellos querían que los otros hicieran con ellos; principios que han de introducir en su vida diaria aquí y que han de llevar con ellos a la escuela superior… El altar y el arado son experiencias por las que deben pasar todos los que aspiran a la vida eterna. Conocemos, en suma, demasiado poco de la grandiosidad del amor y la compasión de Dios… El cielo es nuestro hogar. Nuestra ciudadanía está en lo alto, y nuestras vidas no deben dedicarse a un mundo que pronto será destruido. Necesitamos la Palabra de Dios revelada en caracteres vivos. ¡Qué lenguaje puro, excelente, se encuentra en la Palabra de Dios ¡Qué principios elevadores, ennoblecedores! (Alza tus ojos, p. 213).