Sábado 14 de septiembre – JUZGADO Y CRUCIFICADO

JUZGADO Y CRUCIFICADO “Y a la hora novena Jesús exclamó a gran voz: ‘Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?’, que quiere decir:…

 Sábado 14 de septiembre – JUZGADO Y CRUCIFICADO

JUZGADO Y CRUCIFICADO

“Y a la hora novena Jesús exclamó a gran voz: ‘Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?’, que quiere decir: ‘¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?’ ” (Mar. 15:34).

Sábado: 14 de septiembre

JUZGADO Y CRUCIFICADO

Marcos 15 es el corazón del relato de la Pasión. Allí se presenta el juicio de Jesús, su condena, la burla de los soldados, su crucifixión, su muerte y su traslado al sepulcro. En este capítulo, los eventos son presentados con todo detalle y nitidez, probablemente porque el autor pretende que los hechos hablen por sí mismos.

La ironía juega un papel importante a lo largo de este capítulo, razón por la cual es útil definirla claramente.

Una ironía contiene generalmente tres componentes: 1) Dos niveles de significado; 2) los dos niveles están en conflicto o contrastan uno con otro; 3) alguien no percibe la ironía, no reconoce lo que está sucediendo y no sabe que él o ella es quien sufrirá las consecuencias.

Esta semana, desde la pregunta de Pilato: “¿Eres tú el Rey de los judíos?”, pasando por la burla de los soldados, por el texto escrito encima de la cruz, por la burla de los líderes religiosos: “A otros salvó. A sí mismo no puede salvarse” y llegando hasta la inesperada aparición de José de Arimatea, el capítulo está lleno de dolorosas ironías que, sin embargo, revelan poderosas verdades acerca de la muerte de Jesús y de lo que ella significa.

Comentarios Elena G.W

Tan pronto como fue de día, el Sanedrín se volvió a reunir, y Jesús fue traído de nuevo a la sala del concilio. Se había declarado Hijo de Dios, y habían torcido sus palabras de modo que constituyeran una acusación contra él. Pero no podían condenarle por esto, porque muchos de ellos no habían estado presentes en la sesión nocturna, y no habían oído sus palabras. Y sabían que el tribunal romano no hallaría en ellas cosa digna de muerte. Pero, si todos podían oírle repetir con sus propios labios estas mismas palabras, podrían obtener su objeto. Su aserto de ser el Mesías podía ser torcido hasta hacerlo aparecer como una tentativa de sedición política.

«¿Eres tú el Cristo? —dijeron— Dínoslo». Pero Cristo permaneció callado. Continuaron acosándole con preguntas. Al fin, con acento de la más profunda tristeza, respondió: «Si os lo dijere, no creeréis; y también si os preguntare, no me responderéis, ni me soltaréis». Pero a fin de que quedasen sin excusa, añadió la solemne advertencia: «Mas después de ahora el Hijo del hombre se asentará a la diestra de la potencia de Dios» (El Deseado de todas las gentes, p. 661 ).

Los sacerdotes y gobernantes se olvidaron de la dignidad de su oficio, y ultrajaron al Hijo de Dios con epítetos obscenos. Le escarnecieron acerca de su parentesco, y declararon que su aserto de proclamarse el Mesías le hacía merecedor de la muerte más ignominiosa. Los hombres más disolutos sometieron al Salvador a ultrajes infames. Se le echó un viejo manto sobre la cabeza, y sus perseguidores le herían en el rostro, diciendo: «Profetízanos tú, Cristo, quién es el que te ha herido». Cuando se le quitó el manto, un pobre miserable le escupió en el rostro.

Los ángeles de Dios registraron fielmente toda mirada, palabra y acto insultantes de los cuales fue objeto su amado General. Un día, los hombres viles que escarnecieron y escupieron el rostro sereno y pálido de Cristo, mirarán aquel rostro en su gloria, más resplandeciente que el sol (El Deseado de todas las gentes, p. 662).

En su condición de sustituto y seguridad del hombre, la iniquidad de este fue depositada sobre Cristo; se lo contó entre los transgresores para que pudiera redimirlos de la maldición de la ley. La culpa de cada descendiente de Adán de todas las épocas oprimía su corazón; y la ira de Dios y la terrible manifestación de su disgusto frente a la iniquidad llenaron de consternación el alma de su Hijo. El apartamiento del rostro divino de junto al Salvador en esa hora de suprema angustia atravesó su corazón con un pesar que jamás podrá comprender plenamente el hombre (La historia de la redención, p. 233).

Elena G.W

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