Sábado 16 de noviembre – EL CUMPLIMIENTO DE LAS PROFECÍAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

EL CUMPLIMIENTO DE LAS PROFECÍAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO “Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan. Las mismas…

 Sábado 16 de noviembre – EL CUMPLIMIENTO DE LAS PROFECÍAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

EL CUMPLIMIENTO DE LAS PROFECÍAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

“Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan. Las mismas obras que el Padre me encomendó realizar, esas mismas obras que hago testifican que el Padre me envió” (Juan 5:36).

Sábado: 16 de noviembre

EL CUMPLIMIENTO DE LAS PROFECÍAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

En el Evangelio de Juan se aprecia todo lo que Jesús dijo e hizo como demostración de que era el Cristo, el Mesías prometido a Israel. Además, vino como un integrante del pueblo del Pacto, como un judío nacido en Belén, tal como lo habían predicho las Escrituras.

Sin embargo, como escribió Juan, “en el mundo estaba, y aunque el mundo fue hecho por él, el mundo no lo reconoció” (Juan 1:10).

¿Estaba en el mundo que él mismo creó, pero el mundo no lo conoció? Es una afirmación asombrosa. Como podemos ver en los cuatro evangelios, muchos no lo reconocieron como quien realmente era aunque deberían haberlo hecho, especialmente en vista de todo lo que Jesús dijo e hizo, y más aún, porque las Escrituras del Antiguo Testamento lo señalaban claramente.

Esta semana veremos otras maneras por las que Juan reveló a Jesús como el Mesías, y también por qué algunos siguieron rechazándolo a pesar de las poderosas evidencias de que era el Cristo.

¿Qué podemos aprender de sus errores?

Comentarios Elena G.W

El Hijo de Dios vino al mundo como un restaurador. Él era el Camino, la Verdad, y la Vida. Cada palabra que pronunció era espíritu y vida. Hablaba con autoridad, consciente de su poder para bendecir a la humanidad y librar a los cautivos atados por Satanás; además, estaba consciente de que con su presencia podía traer al mundo una felicidad completa. Anhelaba ayudar a cada miembro de la familia humana que se encontrara oprimido y sufriente, y mostrarle que era su prerrogativa bendecir, no condenar (Exaltad a Jesús, p. 31).

Cristo reconoció abiertamente su derecho a la autoridad y a recibir lealtad. «Vosotros me llamáis Maestro, y Señor —les dijo—; y decís bien, porque lo soy». «Uno es vuestro Maestro, el Cristo». Juan 13: 13; Mateo 23:8. De ese modo mantuvo la dignidad que le correspondía a su nombre, y la autoridad y el poder que poseía en el cielo.

Hubo ocasiones cuando habló con la dignidad de su verdadera grandeza. Más de una vez declaró: «El que tiene oídos para oír, oiga»  Con estas palabras no hacía más que repetir la orden de Dios, cuando desde la excelencia de su gloria el Infinito había declarado: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd». Mateo 17:5. De pie ante los fariseos de ceño fruncido, que trataban de poner en alto su propia importancia, Cristo no vaciló en compararse con los representantes más distinguidos que habían caminado sobre la tierra y declarar su propia eminencia sobre lodos ellos (Exaltad a Jesús, p. 31).

Al venir a morar con nosotros, Jesús iba a revelar a Dios tanto a los hombres como a los ángeles. Él era la Palabra de Dios: el pensamiento de Dios hecho audible. En su oración por sus discípulos, dice: «Yo les he manifestado tu nombre»: «misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad», «para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos». Pero no solo para sus hijos nacidos en la tierra fue dada esta revelación. Nuestro pequeño mundo es un libro de texto para el universo. El maravilloso y misericordioso propósito de Dios, el misterio del amor redentor, es el tema en el cual «desean mirar los ángeles», y será su estudio a través de los siglos sin fin. Tanto los redimidos como los seres que nunca cayeron hallarán en la cruz de Cristo su ciencia y su canción. Se verá que la gloria que resplandece en el rostro de Jesús es la gloria del amor abnegado. A la luz del Calvario, se verá que la ley del renunciamiento por amor es la ley de la vida para la tierra y el cielo; que el amor que «no busca lo suyo» tiene su fuente en el corazón de Dios; y que en el Manso y Humilde se manifiesta el carácter de Aquel que mora en la luz inaccesible al hombre (El Deseado de todas las gentes, p. 11).

Elena G.W

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