¡Qué maravillosa reverencia hacia la vida humana expresó Jesús en la misión de su vida! No anduvo entre la gente como un rey, exigiendo atención, reverencia, servicio, sino como uno que anhelaba servir y elevar a la humanidad. Dijo que no había venido para ser servido, sino para servir… Dondequiera que Cristo veía a un ser humano, veía a uno que necesitaba simpatía humana. Muchos de nosotros estamos dispuestos a servir a ciertas personas en particular — a aquellos que honramos — pero pasamos por alto, como indignas de ser notadas, a esas mismas personas a quienes Cristo quisiera bendecir por medio de nosotros, si no fuéramos tan fríos de corazón…
«Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados: y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor suave». Efesios 5:2. Esta es la altura del amor que se requiere que alcancemos. Y la textura de este amor no está manchada con el egoísmo (Nuestra elevada vocación, p. 178).
Cristo dio a sus discípulos una lección sumamente importante con respecto a cómo debían ser. «En el reino que estableceré les dijo—, la lucha por la supremacía no tendrá cabida alguna. Todos ustedes son hermanos. Todos mis siervos serán iguales. La única grandeza que se reconocerá será la de la humildad y la devoción en el servicio de los demás. El que se humille será ensalzado, y el que se ensalce será humillado. El que trate de servir a los demás mediante la abnegación y el sacrificio, recibirá los atributos de carácter que lo recomendarán ante mi Padre, y desarrollará sabiduría, verdadera paciencia, tolerancia, bondad y compasión. Esto le dará el primer lugar en el reino de Dios».
El Hijo de Dios se humilló para convertirse en el siervo del Señor. Se sometió a la bajeza y al sacrificio, incluso a la muerte, para dar libertad y vida, y un lugar en su reino a los que creyeran en él. Dio su vida en rescate por muchos. Esto debiera bastar para que se avergonzaran de su conducta todos los que continuamente están tratando de ocupar el primer lugar y luchan siempre por la supremacía (Cada día con Dios, p. 354).
Los que creen en Cristo y caminan humildemente con él sin luchar por la supremacía, y tratan de ver qué pueden hacer para ayudar, bendecir y fortalecer las almas de los demás, colaboran con los ángeles que sirven a los herederos de la salvación. Jesús les da gracia, sabiduría y justicia, y los convierte en bendición para todos aquellos con quienes se relacionan. Mientras más humildes son en su propia opinión, más bendiciones reciben de Dios, porque estas no los exaltan. Usan correctamente sus bendiciones, porque las reciben para impartirlas.
Los ángeles servidores reciben instrucción procedente del trono de Dios para colaborar con los instrumentos humanos. Reciben la gracia de Cristo para impartirla a los hombres (Cada día con Dios, p. 354).