Sábado 2 de septiembre – PRACTIQUEMOS LA LEALTAD SUPREMA A CRISTO

PRACTIQUEMOS LA LEALTAD SUPREMA A CRISTO “Y ustedes, amos, hagan con ellos lo mismo. Dejen las amenazas, sabiendo que el…

 Sábado 2 de septiembre – PRACTIQUEMOS LA LEALTAD SUPREMA A CRISTO

PRACTIQUEMOS LA LEALTAD SUPREMA A CRISTO

“Y ustedes, amos, hagan con ellos lo mismo. Dejen las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y de ustedes está en el cielo, y no hace acepción de personas” (Efe. 6:9).

Sábado: 2 de septiembre

PRACTIQUEMOS LA LEALTAD SUPREMA A CRISTO

En 2018, un objeto del Museo de la Biblia en Washington, D.C. atrajo mucho la atención. Era un compendio de la Biblia pensado para enseñar lo esencial de la fe, aunque eliminaba cualquier pasaje que incitara a la rebelión de los esclavos. Publicado en 1808, el texto no elimina simplemente un pasaje aquí o allá. Falta el noventa por ciento del Antiguo Testamento y el cincuenta por ciento del Nuevo Testamento. De los 1.189 capítulos de la Biblia, solo quedan 232.

 Los pasajes que aparentemente refuerzan la institución de la esclavitud, especialmente ante la falta de gran parte de las “buenas nuevas” en la narración bíblica, se dejaron completamente intactos, incluyendo textos a menudo mal utilizados como: “Siervos, obedezcan a sus amos terrenales con respeto y temblor, con sincero corazón, como a Cristo” (Efe. 6:5).

 Hoy, en nuestra época y cultura, nuestro mayor desafío es leer Efesios 6:1 al 9 en el contexto de toda la historia de la salvación, como se revela en toda Biblia. ¿Qué podemos aprender al observar cómo Pablo aplica los valores del evangelio a las estructuras sociales defectuosas de su época?

Comentarios Elena G.W

Los requerimientos de los padres deben ser siempre razonables; deben expresar bondad, no por una negligencia insensata, sino por una sabia dirección. Han de enseñar a sus hijos en forma agradable, sin reñir ni censurarlos, procurando ligar consigo el corazón de los pequeñuelos con sedosas cuerdas de amor…

La influencia de la autoridad y el amor equilibradamente combinados permitirá mantener con firmeza y bondad las riendas de la disciplina familiar. La mirada puesta en la gloria de Dios y en lo que nuestros niños le deben a él nos librará de la negligencia y la condescendencia con el mal (La fe por la cual vivo, p. 268).

Dios ve el corazón y el carácter de los hombres cuando ellos mismos no se dan cuenta exacta de su propia condición. El sabe que su obra y su causa sufrirán si no se corrigen los errores que existen en ellos sin que los adviertan y, por lo tanto, sin que los corrijan. Cristo nos llama sus siervos si hacemos lo que nos manda. A cada cual se le asigna su esfera particular, su lugar de trabajo, y Dios no requiere nada más ni nada menos, tanto del más humilde como del más grande, que el pleno cumplimiento de su vocación. No nos pertenecemos a nosotros mismos. Por gracia hemos llegado a ser siervos de Cristo. Hemos sido adquiridos por la sangre del Hijo de Dios (Cada día con Dios, p. 164).

El Señor está familiarizado con nosotros individualmente. A cada ser nacido en el mundo le es señalada su obra, con el propósito de que prepare un mundo mejor… Cada uno tiene su círculo [de acción], y si el agente humano hace de Dios su consejero, entonces no estará trabajando con fines opuestos a los de Dios. Él destina a cada uno un lugar y un trabajo, y si individualmente nos sometemos para ser preparados por el Señor, no importa cuán confusa e intrincada pueda parecer la vida a nuestros ojos, Dios tiene un propósito en todo ello, y la maquinaria humana, obediente bajo la mano de la sabiduría divina, cumplirá los propósitos de Dios.

Así como en un bien disciplinado ejército cada soldado tiene su puesto señalado y se le requiere que cumpla su parte en la contribución a la fortaleza y perfección del todo, de la misma manera el obrero de Dios debe realizar su parte señalada en la gran obra de Dios…

Nuestro Padre celestial es nuestro Dirigente y debemos someternos a  su disciplina. Somos miembros de su familia. Tiene derecho a nuestro servicio, y si uno de los miembros de su familia persistiera en seguir su propio camino, y se empeñara en hacer solo lo que le placiera, entonces ese espíritu produciría un estado de cosas confuso y desordenado. No debemos hacer planes para seguir nuestra propia senda, sino la senda y la voluntad de Dios.

Hable Dios, y diremos: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (En los lugares celestiales, p. 230).

Elena G.W

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