Sábado 20 de enero – EL SEÑOR OYE Y SALVA

EL SEÑOR OYE Y SALVA “Claman los justos y el Señor los escucha, y los libra de todas sus angustias”…

 Sábado 20 de enero – EL SEÑOR OYE Y SALVA

EL SEÑOR OYE Y SALVA

“Claman los justos y el Señor los escucha, y los libra de todas sus angustias” (Sal. 34:17).

Sábado: 20 de enero

EL SEÑOR OYE Y SALVA

Una y otra vez, Salmos pone de relieve la verdad de que el Señor soberano, quien creó y sostiene el Universo, también se revela como un Dios personal que inicia y mantiene una relación con su pueblo.

Dios está cerca de su pueblo y de su Creación, tanto en el Cielo como en la Tierra (Sal. 73:23, 25). Aunque “estableció en el cielo su trono” (Sal. 103:19) y “cabalga sobre las nubes” (Sal. 68:4), también “está cerca de todo el que lo invoca, del que lo invoca de veras” (Sal. 145:18). Los salmos sostienen invariablemente la verdad de que el Señor es el Dios vivo, que actúa en favor de quienes lo invocan (Sal. 55:16-22). Los salmos son significativos precisamente porque están motivados y dirigidos al Dios vivo, que escucha y responde a las oraciones.

Debemos recordar que la respuesta adecuada a la cercanía del Señor consiste en una vida de fe en él y de obediencia a sus mandamientos. Nada que no sea esta fe y esta obediencia será aceptable para él, como a menudo lo reveló la historia de Israel.

Comentarios Elena G.W

Mientras repasemos las manifestaciones de la gran misericordia y del inagotable amor de Dios, alabaremos mucho más de lo que nos quejemos. Hablaremos de la fidelidad amante del Dios que, como compasivo y tierno pastor de su rebaño, declaró que nadie arrancará de sus manos a sus ovejas. El lenguaje del corazón no será una egoísta murmuración y queja. Como raudales cristalinos, las alabanzas brotarán de los que creen verdaderamente en Dios. «Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida: y en la casa de Jehová moraré por largos días». «Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos si no a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra». Salmo 23:6; 73:24, 25 (Testimonios para la iglesia, t. 6, pp. 367, 368).

Quiero llamaros la atención a las preciosas promesas de la Palabra de Dios… Me alegro de que nuestros sentimientos no son evidencia de que no seamos hijos de Dios. El enemigo os tentará a pensar que habéis hecho cosas que os han separado de Dios, y que ya no os ama; pero nuestro Señor todavía nos ama, y esto podemos saberlo por las palabras que ha dejado escritas para casos como estos… «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad». 1 Juan 1:9

Dios os ama, y el precioso Salvador, que se entregó por vosotros, no os rechazará porque sois tentados, y habéis vencido en vuestra debilidad. Sigue amándoos (A fin de conocerle, p. 287).

Podemos mantenernos tan cerca de Dios que en cualquier prueba inesperada nuestros pensamientos se vuelvan hacia él tan naturalmente como la flor se vuelve hacia el sol.

Presentad a Dios vuestras necesidades, tristezas, gozos, cuidados y temores. No podéis agobiarle ni cansarle. El que tiene contados los cabellos de vuestra cabeza no es indiferente a las necesidades de sus hijos… Su amoroso corazón se conmueve por nuestras tristezas y aun por nuestra presentación de ellas. Llevadle todo lo que confunda vuestra mente. Ninguna cosa es demasiado grande para que él no la pueda soportar, pues sostiene los mundos y rige todos los asuntos del universo. Ninguna cosa que de alguna manera afecte nuestra paz es tan pequeña que él no la note. No hay en nuestra experiencia ningún pasaje tan obscuro que él no lo pueda leer, ni perplejidad tan grande que no la pueda desenredar. Ninguna calamidad puede acaecer al más pequeño de sus hijos, ninguna ansiedad puede asaltar el alma, ningún gozo alegrar, ninguna oración sincera escaparse de los labios, sin que el Padre celestial lo note, sin que tome en ello un interés inmediato. El «sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas». Salmo 147:3. Las relaciones entre Dios y cada una de las almas son tan claras y plenas como si no hubiese otra alma por la cual hubiera dado a su Hijo amado (El camino a Cristo, pp. 100, 101).

Elena G.W

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