Para su propio sabio propósito, el Señor velaba las verdades espirituales con figuras y símbolos. Mediante el uso de figuras de lenguaje, daba a menudo a sus acusadores y enemigos la reprensión más sencilla y efectiva, y ellos no podían encontrar en sus palabras ninguna ocasión para condenarlo. Por medio de parábolas y comparaciones, encontró el mejor método de comunicar la verdad divina. En un idioma sencillo, usando figuras e ilustraciones sacadas del mundo natural, abría la verdad espiritual a sus oyentes y daba expresión a hermosos principios, que pudieran haber pasado por sus mentes, y apenas dejado un rastro, si él no hubiera conectado sus palabras, con escenas conmovedoras de la vida, la experiencia, o la naturaleza. De esta manera despertaba su interés, promovía un espíritu de investigación, y cuando tenía su atención asegurada, decididamente impresionaba en ellos, el testimonio de la verdad. Así podía impresionar debidamente el corazón, para que en el futuro, sus oyentes pudieran mirar las cosas que él había relacionado con la lección, y recordar las palabras del divino Maestro (La voz: su educación y uso correcto, pp. 119, 120).
Tan amplia era la visión que Cristo tenía de la verdad, tan vasta su enseñanza, que cada aspecto de la naturaleza era empleado en ilustrar la verdad. Las escenas sobre las cuales la vista reposaba diariamente, se hallaban relacionadas con alguna verdad espiritual, de manera que la naturaleza se halla vestida con las parábolas del Maestro.
En la primera parte de su ministerio, Cristo había hablado a la gente en palabras tan claras, que todos sus oyentes podían haber entendido las verdades que los hubieran hecho sabios para la salvación. Pero en muchos corazones la verdad no había echado raíces y había sido prestamente arrancada. «Por eso les hablo en parábolas —dijo él—, porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden… Porque el corazón de este pueblo está engrosado, y de los oídos oyen pesadamente, y de sus ojos guiñan». Mateo 13:13-15 (Palabras de vida del gran Maestro, p. 20).
Cristo tenía verdades para presentar, que la gente no estaba preparada para aceptar, ni aun para entender. Por esta razón también él les enseñó en parábolas. Relacionando sus enseñanzas con las escenas de la vida, la experiencia o la naturaleza, cautivaba su atención e impresionaba sus corazones. Más tarde, cuando ellos miraban los objetos que ilustraban sus lecciones, recordaban las palabras del divino Maestro.
Para las mentes abiertas al Espíritu Santo, el significado de la enseñanza del Salvador se desarrollaba más y más. Los misterios se aclaraban, y aquello que había sido difícil de entender se tornaba evidente.
Jesús buscaba un camino hacia cada corazón. Usando una variedad de ilustraciones, no solamente presentaba la verdad en sus diferentes fases, sino que hablaba al corazón de los distintos oidores. Suscitaba su atención mediante figuras sacadas de las cosas que los rodeaban en la vida diaria. Nadie que escuchara al Salvador podía sentirse descuidado u olvidado. El más humilde, el más pecador, oía en sus enseñanzas una voz que le hablaba con simpatía y ternura (Palabras de vida del gran Maestro, p. 11).