Sábado 21 de diciembre – EPÍLOGO: CONOCER A JESÚS Y SU PALABRA

EPÍLOGO: CONOCER A JESÚS Y SU PALABRA “Ustedes escudriñan las Escrituras porque piensan que en ellas tienen la vida eterna.…

 Sábado 21 de diciembre – EPÍLOGO: CONOCER A JESÚS Y SU PALABRA

EPÍLOGO: CONOCER A JESÚS Y SU PALABRA

“Ustedes escudriñan las Escrituras porque piensan que en ellas tienen la vida eterna. ¡Ellas testifican de mí!” (Juan 5:39).

Sábado: 21 de diciembre

EPÍLOGO: CONOCER A JESÚS Y SU PALABRA

El Evangelio de Juan, como el de Marcos, termina con un encuentro en Galilea. Esta última lección acerca del Evangelio de Juan se refiere a ese encuentro, pero lo integra con el tema de cómo conocemos a Jesús y la Palabra de Dios,

un concepto que recorre el cuarto Evangelio.

Aunque llevaban más de tres años con Jesús y él les había anunciado una y otra vez lo que sucedería, los discípulos seguían sin estar preparados para la crucifixión y la resurrección. Por desgracia, no habían prestado atención a sus palabras.

Corremos hoy el mismo peligro: oír o leer la Palabra de Dios sin escucharla, sin prestarle atención, sin permanecer en ella, sin obedecerla. Es decir, no aceptarla como la luz que debe guiar nuestros pensamientos y acciones. Desgraciadamente, demasiados cristianos se encuentran en esta situación, tal vez sin darse cuenta.

En esta última semana de estudio del Evangelio de Juan, analizaremos algunos de los puntos clave de este documento que pueden ayudarnos a ir más allá del mero conocimiento intelectual acerca de Jesús para, en cambio, conocerlo mejor y permanecer más estrechamente unidos a él y a su Palabra.

Comentarios Elena G.W

Jesús se encaró con los gobernantes… Los reprendió por la dureza de su corazón y su ignorancia de las Escrituras. Declaró que habían rechazado la palabra de Dios, puesto que habían rechazado a Aquel a quien Dios había enviado. «Escudriñáis las Escrituras, pues pensáis que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí». Juan 5:39.

En toda página, sea de historia, preceptos o profecía, las Escrituras del Antiguo Testamento irradian la gloria del Hijo de Dios. Por cuanto era de institución divina, todo el sistema del judaísmo era una profecía compacta del evangelio. Acerca de Cristo «dan testimonio todos los profetas». Hechos 10:43. Desde la promesa hecha a Adán, por el linaje patriarcal y la economía legal, la gloriosa luz del cielo delineó claramente las pisadas del Redentor. Los videntes contemplaron la estrella de Belén, el Shiloh venidero, mientras las cosas futuras pasaban delante de ellos en misteriosa procesión. En todo sacrificio, se revelaba la muerte de Cristo. En toda nube de incienso, ascendía su justicia. Toda trompeta del jubileo hacía repercutir su nombre. En el pavoroso misterio del Lugar Santísimo, moraba su gloria.

  Los judíos poseían las Escrituras, y suponían que en el mero conocimiento externo de la palabra tenían vida eterna. Pero Jesús dijo: «No tenéis su palabra morando en vosotros». Habiendo rechazado a Cristo en su palabra, le rechazaron en persona. «No queréis venir a mí —dijo—, para que tengáis vida» (El Deseado de todas las gentes, pp. 182, 183).

«He venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, a aquél recibiréis». Jesús vino por autoridad de Dios, llevando su imagen, cumpliendo su palabra y buscando su gloria; sin embargo, no fue aceptado por los dirigentes de Israel; pero cuando vinieran otros, asumiendo el carácter de Cristo, pero impulsados por su propia voluntad y buscando su propia gloria, los recibirían. ¿Por qué? Porque el que busca su propia gloria apela al deseo de exaltación propia en los demás. Y a una incitación tal los judíos podían responder. Recibirían al falso maestro porque adularía su orgullo sancionando sus caras opiniones y tradiciones. Pero la enseñanza de Cristo no coincidía con sus ideas. Era espiritual, y exigía el sacrificio del yo; por lo tanto, no querían recibirla. No conocían a Dios, y para ellos su voz expresada por medio de Cristo era la voz de un extraño.

¿No se repite el caso hoy? ¿No hay muchos, aun entre los dirigentes religiosos, que están endureciendo su corazón contra el Espíritu Santo, incapacitándose así para reconocer la voz de Dios? ¿No están rechazando la palabra de Dios, a fin de conservar sus tradiciones? (El Deseado de todas las gentes, pp. 183, 184).

Elena G.W

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