Aquellos que pertenecen a las altas esferas de la sociedad han de ser buscados con tierno afecto y consideración fraternal. Los hombres de negocios, los que se hallan en elevados puestos de confianza, los que poseen grandes facultades inventivas y discernimiento científico, los hombres de genio, los maestros del evangelio cuya atención no ha sido llamada a las verdades especiales para este tiempo: estos deben ser los primeros en escuchar el llamamiento. A ellos se les debe dar la invitación…
Rara vez se dirige alguien personalmente a los que son encumbrados en el mundo en virtud de su educación, su riqueza o vocación, para hablarles respecto a los intereses del alma. Muchos obreros cristianos vacilan en aproximarse a estas clases. Pero esto no debe ocurrir. Si un hombre se estuviera ahogando, no permaneceríamos sentados mirándolo perecer porque fuera un abogado, un comerciante o un juez. Si viésemos a algunas personas a punto de lanzarse a un precipicio, no vacilaríamos en instarlas a volver atrás, cualquiera fuera su posición u ocupación. Tampoco debemos vacilar en amonestar a los hombres con respecto al peligro del alma (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 182, 183).
Hay muchos… a quienes Dios desea poner en relación con su iglesia. Las simpatías de estos hombres están por el pueblo del Señor. Pero los lazos que los unen con el mundo los tienen fuertemente sujetos. Necesitan estos hombres valor moral para juntarse con las clases bajas. Hay que hacer esfuerzos especiales por estas almas que se encuentran en tan gran peligro a causa de sus responsabilidades y relaciones.
Mucho se ha dicho respecto a nuestro deber para con los pobres desatendidos; ¿no debe dedicarse alguna atención a los ricos desatendidos? Muchos no ven promesa en ellos, y poco hacen para abrir los ojos de los que, cegados y deslumbrados por el brillo de la gloria terrenal, no piensan en la eternidad. Miles de ricos han descendido al sepulcro sin que nadie los previniera. Pero por muy indiferentes que parezcan, muchos de ellos andan con el alma cargada. «El que ama el dinero no se hartará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto.» Eclesiastés 5:10 (El ministerio de curación, pp. 160, 161).
Hay otro peligro al cual están particularmente expuestos los ricos… Muchos que gozan de prosperidad en el mundo, y que nunca se dejaron arrastrar por los vicios ordinarios, se encaminan a la ruina por el amor de las riquezas. La copa más difícil de llevar no es la vacía, sino la que está llena hasta el borde. Esta es la que exige el mayor cuidado para conservarla en equilibrio. La aflicción y la adversidad traen consigo desengaño y tristeza; pero la prosperidad es lo más peligroso para la vida espiritual…
Muchas veces se piden oraciones por los que padecen enfermedad o sufren infortunios; pero los hombres a quienes se otorgó prosperidad e influencia necesitan aún más nuestras oraciones…
[L]os que se encuentran, por así decirlo, en la cumbre, y a quienes, debido a su situación, se les atribuye sabiduría, son los que corren el mayor peligro. A menos que confíen en Dios, caerán seguramente (El ministerio de curación, pp. 162, 163).