Sábado 26 de octubre – EL TESTIMONIO DE LOS SAMARITANOS

EL TESTIMONIO DE LOS SAMARITANOS “Y decían a la mujer: ‘Ya no creemos solo por tu palabra, sino porque nosotros…

 Sábado 26 de octubre – EL TESTIMONIO DE LOS SAMARITANOS

EL TESTIMONIO DE LOS SAMARITANOS

“Y decían a la mujer: ‘Ya no creemos solo por tu palabra, sino porque nosotros mismos lo hemos oído, y sabemos que en verdad este es el Salvador del mundo’ ” (Juan 4:42).

Sábado: 26 de octubre

EL TESTIMONIO DE LOS SAMARITANOS

¿Quiénes eran los samaritanos? Israel, el Reino del Norte, fue llevado cautivo por los asirios en el año 722 a.C. para crear estabilidad política. Los asirios dispersaron a sus cautivos por todo su imperio. Asimismo, cautivos de otras naciones fueron llevados a repoblar el Reino del Norte. La población mixta resultante fueron los samaritanos, quienes practicaban su propia forma de judaísmo.

Sin embargo, las relaciones entre ellos y los judíos no eran buenas. Por ejemplo, los samaritanos se opusieron a la reconstrucción del Templo cuando los judíos regresaron de Babilonia. Los samaritanos, mientras tanto, habían construido su propio templo en el monte Gerizim. Pero este templo fue destruido por el gobernante judío Juan Hircano en el año 128 a.C.

En la época de Cristo, esta animosidad continuaba. Los judíos evitaban Samaria en la medida de lo posible. Aunque las relaciones comerciales eran posibles, cualquier otro tipo de interacción era tabú. Los judíos no pedían nada prestado a los samaritanos ni recibían favores de ellos. En este contexto, Juan narra el encuentro entre Jesús, la mujer junto al pozo y los habitantes de la ciudad samaritana de Sicar.

Comentarios Elena G.W

Cristo fue el mayor Maestro que el mundo conoció jamás. Vino a esta tierra para difundir los brillantes rayos de la verdad, a fin de que los hombres pudiesen adquirir idoneidad para el cielo. «Para esto he venido al mundo —declaró—, para dar testimonio a la verdad». Juan 18:37. Vino para revelar el carácter del Padre, a fin de que los hombres pudiesen ser inducidos a adorarle en espíritu y en verdad.

El cielo sabía que el hombre necesitaba un maestro divino. La compasión v simpatía de Dios se despertaron en favor de los seres humanos, caídos y atados al carro de Satanás; y cuando llegó la plenitud del tiempo, él envió a su Hijo. El que había sido señalado en los concilios del cielo, vino a esta tierra como instructor del hombre. La rica benevolencia de Dios lo dio a nuestro mundo; y para satisfacer las necesidades de la naturaleza humana, se revistió de humanidad (Consejos para los maestros, p. 246).

En el templo de Jerusalén, una muralla baja separaba el atrio exterior de todas las demás porciones del edificio sagrado. En esta pared, había inscripciones en diferentes idiomas que declaraban que a nadie sino a los judíos se permitía pasar ese límite, Si un gentil hubiese querido entrar en el recinto interior, habría profanado el templo, y habría sufrido la pena de muerte. Pero Jesús, el que diera origen al templo y su ceremonial, atraía a los gentiles a sí por el vínculo de la simpatía humana, mientras que su gracia divina les presentaba la salvación que los judíos rechazaban (El Deseado de todas las gentes, p. 164).

Cerca de los israelitas que se habían dedicado a la tarea de reedificar el templo, moraban los samaritanos, raza mixta que provenía de los casamientos entre los colonos paganos oriundos de las provincias de Asiria y el residuo de las diez tribus que había quedado en Samaria y Galilea. En años ulteriores los samaritanos aseveraron que adoraban al verdadero Dios; pero en su corazón y en la práctica eran idólatras…

Durante la época de la restauración, estos samaritanos se dieron a conocer como «enemigos de Judá y de Benjamín». Oyendo «que los venidos de la cautividad edificaban el templo de Jehová Dios de Israel, llegáronse a Zorobabel, y a los cabezas de los padres», y expresaron el deseo de participar con ellos en esa construcción. Propusieron: «Edificaremos con vosotros…» Pero lo que solicitaban, les fue negado. «No nos conviene edificar con vosotros casa a nuestro Dios —declararon los dirigentes israelitas—, sino que nosotros solos la edificaremos a Jehová Dios de Israel, como nos mandó el rey Ciro, rey de Persia». Esdras 4:1-3…

[S]i los caudillos judíos hubiesen aceptado este ofrecimiento de ayuda, habrían abierto la puerta a la idolatría. Supieron discernir la falta de sinceridad de los samaritanos. Comprendieron que la ayuda obtenida por una alianza con aquellos hombres sería insignificante, comparada con la bendición que podían esperar si seguían las claras órdenes de Jehová (Profetas y reyes, pp. 415, 416).

Elena G.W

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