Sábado 28 de diciembre – DIOS AMA DE PURA GRACIA

DIOS AMA DE PURA GRACIA “Yo los sanaré de su rebelión, los amaré de pura gracia, porque mi ira se…

 Sábado 28 de diciembre – DIOS AMA DE PURA GRACIA

DIOS AMA DE PURA GRACIA

“Yo los sanaré de su rebelión, los amaré de pura gracia, porque mi ira se apartó de ellos” (Ose. 14: 4).

Sábado: 28 de diciembre

DIOS AMA DE PURA GRACIA

Aunque Pedro negó a Jesús tres veces, tal como Jesús había predicho (Mat. 26: 34), esas negaciones no fueron el final de la historia. Después de la resurrección, Jesús le preguntó: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?”. Le respondió: “Sí, Señor; tú sabes que te quiero”. Él le dijo: “Apacienta mis corderos”. Volvió a decirle la segunda vez: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?”. Pedro le respondió: “Sí, Señor; tú sabes que te quiero”. Le dijo: “Pastorea mis ovejas”. Le dijo la tercera vez: “Simón, hijo de Jonás, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que le dijera por tercera vez: “¿Me quieres?”, y le respondió: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”“. (Juan 21: 15-17). Así como Pedro había negado a Jesús tres veces, Jesús restauró a Pedro tres veces por medio de la pregunta crucial: “¿Me amas?”

Por diferentes que sean nuestras circunstancias de las de Pedro, en muchos aspectos el principio es el mismo. Es decir, la pregunta que Jesús había hecho a Pedro es, en realidad, la pregunta definitiva que Dios nos hace a cada uno de nosotros en nuestro tiempo y lugar: “¿Me amas?”. Todo depende de nuestra respuesta a esa pregunta.

Comentarios Elena G.W

Cristo puso a prueba a Pedro tres veces después de su resurrección. “Simón, hijo de Jonás-le dijo-, ¿me amas más que estos?…

Esta pregunta que escudriñaba el corazón era necesaria en el caso de Pedro, y es necesaria en nuestro caso. La obra de restauración nunca puede ser completa a menos que se llegue hasta las raíces del mal. Vez tras vez han sido recortadas las ramas, pero ha sido dejada la raíz de amargura para que resurja y contamine a muchos. Pero debe llegarse hasta la profundidad misma del mal oculto, los sentidos morales deben ser juzgados, y juzgados otra vez a la luz de la presencia divina. La vida diaria testificará si la obra es verdadera o no.

Cuando Cristo le preguntó a Pedro por tercera vez: «¿Me amas?», la sonda llegó hasta lo más profundo del alma. Pedro, juzgándose a sí mismo, cayó sobre la Roca, y dijo: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo» (Comentarios de Elena G. de White, en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t.5, p. 1125).

El corazón de Dios suspira por sus hijos terrenales con un amor más fuerte que la muerte. Al dar a su Hijo nos ha vertido todo el cielo en un don. La vida, la muerte y la intercesión del Salvador, el ministerio de los ángeles, las súplicas del Espíritu Santo, el Padre que obra sobre todo y por todo, el interés incesante de los seres celestiales, todos son movilizados en favor de la redención del hombre.

¡Oh, contemplemos el sacrificio asombroso que fue hecho para nuestro beneficio! Procuremos apreciar el trabajo y la energía que el Cielo consagra a rescatar al perdido y hacerlo volver a la casa de su Padre. Jamás podrían haberse puesto en acción motivos más fuertes y energías más poderosas. ¡Acaso los grandiosos galardones por el bien hacer, el disfrute del cielo, la compañía de los ángeles, la comunión y el amor de Dios y de su Hijo, la elevación y el acrecentamiento de todas nuestras facultades por las edades eternas no son incentivos y estímulos poderosos que nos instan a dedicar a nuestro Creador y Salvador el amante servicio de nuestro corazón? (El camino a Cristo, pp. 21, 22).

Todo el amor paterno que se haya transmitido de generación a generación una gota del ilimitado océano, cuando se comparan con el amor infinito e inagotable de Dios. La lengua no lo puede expresar, la pluma no lo puede describir. Podéis meditar en él cada día de vuestra vida; podéis escudriñar las Escrituras diligentemente a fin de comprenderlo; podéis dedicar toda facultad y capacidad que Dios os ha dado al esfuerzo de comprender el amor y la compasión del Padre celestial; y aun queda su infinidad. Podéis estudiar este amor durante siglos, sin comprender nunca plenamente la longitud y la anchura, la profundidad y la altura del amor de Dios al dar a su Hijo para que muriese por el mundo. La eternidad misma no lo revelará nunca plenamente (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 691).

Elena G.W

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