Sábado 4 de enero – AMOR PACTUAL

AMOR PACTUAL “Respondió Jesús y le dijo: ‘El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre lo amará, y…

 Sábado 4 de enero – AMOR PACTUAL

AMOR PACTUAL

“Respondió Jesús y le dijo: ‘El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada con él’” (Juan 14: 23).

Sábado: 4 de enero

AMOR PACTUAL

Se ha enseñado a muchos que la palabra griega agapē se refiere al amor exclusivamente divino, y que otros términos, también traducidos como amor –tal el caso de filia (del verbo fileō)–, designan sentimientos menos sublimes que agapē. Algunos afirman también que agapē se refiere a un amor unilateral, el de alguien que ama pero nunca recibe amor, un amor totalmente independiente de la respuesta humana.

Sin embargo, un estudio cuidadoso del amor divino a lo largo de la Escritura muestra que estas ideas, aunque comunes, son erróneas. En primer lugar, el término griego agapē se refiere no solo al amor de Dios, sino también al amor humano, incluso a veces al amor humano mal dirigido (por ejemplo, en 2 Tim. 4: 10). En segundo lugar, a lo largo de la Escritura, muchos términos distintos de agapē se refieren al amor de Dios. Por ejemplo, Jesús enseñó que “el mismo Padre los ama [fileō], porque ustedes me han amado [fileō]” (Juan 16: 27, RVC). Aquí, el término griego fileō se utiliza no solo para referirse al amor humano, sino también al amor de Dios por los seres humanos. Por tanto, fileō no debe interpretarse como un amor inferior, sino como una expresión auténtica del amor divino.

Las Escrituras también enseñan que el amor de Dios no es unilateral, sino profundamente relacional, en el sentido de que para Dios supone una profunda diferencia que los seres humanos reflejen o no su amor por él y por los demás.

Comentarios Elena G.W

Dios tiene un amor profundo y ferviente por cada miembro de la familia humana; ninguno es olvidado, ninguno es dejado indefenso y engañado para ser vencido por el enemigo. Y si los que se han alistado en el ejército de Cristo se visten con toda la armadura de Dios, y la usan, estarán a salvo contra todos los ataques del enemigo. Los que realmente desean ser instruidos por Dios, y andar en sus caminos, tienen la promesa segura de que si reconocen su falta de sabiduría y piden a Dios, él les dará abundantemente, y no les reprenderá. El apóstol dice: “Pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra”… Dios respalda cada promesa, y no podemos deshonrarlo más que titubeando y vacilando, pidiendo y no creyendo, y luego hablando con duda…

Creed; creed que Dios hará exactamente lo que ha prometido. Seguid elevando vuestras oraciones, y velad, trabajad y esperad. Pelead la buena batalla de la fe. Decid a vuestro corazón: “Dios me ha invitado a venir. Él ha escuchado mi oración. Ha empeñado su palabra de que me recibirá, y cumplirá su promesa. Puedo confiar en Dios, porque me amó tanto que dio a su Hijo unigénito para que muriera por mí. El Hijo de Dios es mi Redentor” (Fundamentals of Christian Education, pp. 299,300).

Dios nos ha dado a Jesús, y en él está la revelación de Dios. Nuestro Redentor dice: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. “Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre”. Si conocemos a Dios, y a Cristo Jesús a quien él ha enviado, un gozo inefable llenará el alma. ¡Oh, cuánto necesitamos la presencia divina! (Testimonios para los ministros, pp. 169, 170).

Son ilimitadas las concesiones de Dios en nuestro favor. El trono de la gracia reviste la atracción más elevada, porque lo ocupa Aquel que nos permite llamarle Padre. Pero Jehová no consideró completo el plan de la salvación mientras estaba solamente investido de su amor. Colocó en su altar a un Abogado revestido de su naturaleza. Como nuestro intercesor, el cargo de Cristo consiste en presentarnos a Dios como sus hijos e hijas. Intercede en favor de los que le reciben. Con su propia sangre pagó su rescate. En virtud de sus propios méritos, les da poder para ser miembros de la familia real, hijos del Rey celestial. Y el Padre demuestra su amor infinito hacia Cristo recibiendo como a sus amigos, a los amigos de Cristo y dándoles la bienvenida. Está satisfecho con la expiación hecha. Queda glorificado por la encarnación, la vida, la muerte y la mediación de su Hijo (Consejos para los maestros, p.15).

Elena G.W

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *