Sábado 7 de diciembre – EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU

EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU “Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi…

 Sábado 7 de diciembre – EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU

EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU

“Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que les he dicho” (Juan 14:26).

Sábado: 7 de diciembre

EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU

El Evangelio de Juan es un mosaico de temas. Juan recurre a las señales (milagros) para demostrar que Jesús es el Mesías prometido por los profetas. Juan utiliza una serie de testigos para proclamar a Jesús como el Cristo. También utiliza las afirmaciones “YO SOY” para señalar su divinidad.

Los tres miembros de la Deidad son mencionados en Juan 1 (vers. 1-4, 14, 18, 32-34). Durante siglos, los seres humanos han intentado comprender plenamente la naturaleza de la Deidad, pero como eso no es posible, muchos niegan su existencia. Sin embargo, no es inteligente rechazar algo solo porque no podemos comprenderlo plenamente o porque no encaja en los estrechos límites del razonamiento humano.

Juan dice que, si quieres entender a Dios, debes mirar a Jesús y lo que ha sido revelado en la Palabra. Este enfoque nos abre todo un mundo nuevo de relaciones entre los tres miembros de la Deidad, entre ellos y los seres humanos, y entre los propios seres humanos. La lección de esta semana examina cómo el Evangelio de Juan presenta al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, pero ahora en el contexto del discurso de despedida de Jesús (Juan 13-17).

Comentarios Elena G.W

La naturaleza del Espíritu Santo es un misterio. Los hombres no pueden explicarla, porque el Señor no se la ha revelado. Los hombres de conceptos fantásticos pueden reunir pasajes de las Escrituras y darles interpretación humana; pero la aceptación de esos conceptos no fortalecerá a la iglesia. En cuanto a estos misterios, demasiado profundos para el entendimiento humano, el silencio es oro.

El oficio del Espíritu Santo se especifica claramente en las palabras de Cristo: «Cuando él viniere redargüirá al mundo de pecado, y de justicia, y de juicio». Juan 16:8. Es el Espíritu Santo el que convence de pecado. Si el pecador responde a la influencia vivificadora del Espíritu, será inducido a arrepentirse y a comprender la importancia de obedecer los requerimientos divinos.

Al pecador arrepentido, que tiene hambre y sed de justicia, el Espíritu Santo le revela el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. «Tomará de lo mío, y os lo hará saber», dijo Cristo. «El os enseñará todas las cosas, y os recordará todas las cosas que os he dicho». Juan 16: 14; 14:26 (Los hechos de los apóstoles, pp. 42, 43).

La Palabra de Dios —la verdad— es el medio por el cual Dios manifiesta su Espíritu y su poder. La obediencia a ella produce fruto de la calidad requerida; «amor no fingido de los hermanos» (V.M.). Este amor es de origen celestial y conduce a móviles elevados y acciones abnegadas.

Cuando la verdad llega a ser un principio permanente en nuestra vida, el alma renace, «no de simiente corruptible, sino de por la palabra de Dios, que vive y permanece para siempre». Este nuevo nacimiento es el resultado de haber recibido a Cristo como la Palabra de Dios. Cuando las verdades divinas son impresas sobre el corazón por el Espíritu Santo, se despiertan nuevos sentimientos, y las energías hasta entonces latentes son despertadas para cooperar con Dios (Los hechos de los apóstoles, pp. 414, 415).

Fui trasladada al tiempo en que Jesús había de asumir la naturaleza del hombre, humillarse a sí mismo como hombre, y sufrir las tentaciones de Satanás.

Su nacimiento no revistió pompa humana. Nació en un establo y tuvo por cuna un pesebre; sin embargo, su nacimiento recibió muchísimo más honor que el de cualquiera de los hijos de los hombres. Ángeles del cielo anunciaron a los pastores el advenimiento de Jesús, y la luz y la gloria de Dios acompañaron su testimonio. La hueste celestial tañó sus arpas y glorificó a Dios. Triunfalmente pregonó el advenimiento del Hijo de Dios a un mundo caído para cumplir la obra de redención, y por su muerte dar paz, felicidad y vida eterna al hombre. Dios honró el advenimiento de su Hijo. Los ángeles le adoraron.

Ángeles de Dios se cernieron sobre la escena de su bautismo; el Espíritu Santo descendió en forma de paloma y se posó sobre él; y cuando la gente, grandemente asombrada, fijó en él sus ojos, se oyó la voz del Padre que, bajando del cielo, decía: «Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia» (Primeros escritos, p. 153).

Elena G.W

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