Sábado 9 de diciembre – MISIÓN EN FAVOR DE LOS NO ALCANZADOS: SEGUNDA PARTE

MISIÓN EN FAVOR DE LOS NO ALCANZADOS: SEGUNDA PARTE “Entonces Jesús respondió: ‘Mujer, ¡grande es tu fe! Sea hecho como…

 Sábado 9 de diciembre – MISIÓN EN FAVOR DE LOS NO ALCANZADOS: SEGUNDA PARTE

MISIÓN EN FAVOR DE LOS NO ALCANZADOS: SEGUNDA PARTE

“Entonces Jesús respondió: ‘Mujer, ¡grande es tu fe! Sea hecho como quieres’. Y su hija quedó sana desde esa hora” (Mat. 15:28).

Sábado: 9 de diciembre

MISIÓN EN FAVOR DE LOS NO ALCANZADOS: SEGUNDA PARTE

Desde el principio, un Dios amoroso buscó a sus hijos perdidos (Gén. 3:9); y, hasta hoy, este mismo Dios amoroso sigue tratando de alcanzar a los perdidos (ver Apoc. 14:6-12), incluyendo a los perdidos de las ciudades. En 2018, la ONU publicó sus últimas estadísticas, según las cuales el 55 % de la población del planeta vive en zonas urbanas, y esta cifra aumentará (si el tiempo dura) hasta el 68 % en 2050. No tenemos opción: debemos dar testimonio a los que viven en las ciudades.

Sin embargo, muchos miembros del pueblo de Dios actúan como Jonás cuando son llamados a dar testimonio en una ciudad: por la razón que sea, huyen de la tarea. Cuando estuvo sobre la Tierra, Jesús ministró no solo a los habitantes de las ciudades de Israel, sino también a los de regiones extranjeras; es decir, a los de fuera de la nación judía y del pueblo elegido.

Esta semana, estudiaremos el relato bíblico de la misión de Cristo a Tiro y Sidón, y extraeremos lecciones para aplicarlas a nuestra vida actual.

Comentarios Elena G.W

La caída del hombre llenó todo el cielo de tristeza… Los ángeles suspendieron sus himnos de alabanza. Por todos los ámbitos de los atrios celestiales, había lamentos por la ruina que el pecado había causado.

El Hijo de Dios, el glorioso Soberano del cielo, se conmovió de compasión por la raza caída. Una infinita misericordia Conmovió su corazón al evocar las desgracias de un mundo perdido. Pero el amor divino había concebido un plan mediante el cual el hombre podría ser redimido. La quebrantada ley de Dios exigía la vida del pecador. En todo el universo solo existía uno que podía satisfacer sus exigencias en lugar del hombre. Puesto que la ley divina es tan sagrada como el mismo Dios, solo uno igual a Dios podría expiar su transgresión. Ninguno sino Cristo podía salvar al hombre de la maldición de la ley, y colocarlo otra vez en armonía con el Cielo. Cristo cargaría con la culpa y la vergüenza del pecado, que era algo tan abominable a los ojos de Dios que iba a separar al Padre y su Hijo. Cristo descendería a la profundidad de la desgracia para rescatar la raza caída (Patriarcas y profetas, p. 48).

Para salvar a los que yerran, debemos cultivar el espíritu con que Cristo trabajó. Ellos le son tan caros como nosotros. Son igualmente capaces de ser trofeos de su gracia y herederos del reino. Pero están expuestos a las trampas del astuto enemigo, expuestos al peligro y a la contaminación, y sin la gracia salvadora de Cristo, a la ruina segura. Si nosotros considerásemos este asunto en su debida luz, ¡Cómo se vivificaría nuestro celo, se multiplicarían nuestros esfuerzos fervientes y abnegados, a fin de acercarnos a aquellos que necesitan nuestra ayuda, nuestras oraciones, nuestra simpatía y nuestro amor!…

Viven tan solo para Cristo y honran su nombre aquellos que son fieles a su Maestro, tratando de salvar lo que se había perdido. La piedad genuina se manifestará ciertamente mediante el anhelo profundo y la ferviente labor del Salvador crucificado para salvar a aquellos por quienes murió. Si nuestro corazón está enternecido y subyugado por la gracia de Cristo, si está iluminado con un sentido de la bondad y el amor de Dios, habrá un flujo natural de amor, simpatía y ternura hacia los demás. La verdad ejemplificada en la vida ejercerá su poder, como la levadura oculta, en todos aquellos con quienes sea puesta en contacto (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 570, 571).

El hombre es propiedad de Dios, y los ángeles observan con intenso interés para ver cómo tratará el hombre con sus semejantes. Cuando las inteligencias celestiales ven a los que dicen ser hijos e hijas de Dios realizar esfuerzos semejantes a los de Cristo para ayudar los errantes, y manifiestan un espíritu tierno y compasivo por los arrepentidos y caídos, los ángeles se acercan más a ellos y les hacen recordar las palabras adecuadas para aliviar y elevar el alma. Hay ángeles santos en la senda de cada uno de nosotros. No debemos despreciar a ninguno de los pequeñitos de Dios (Exaltad a Jesús, p. 203).

Elena G.W

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