Un profesor le preguntó a su alumno:
—¿Cuánto pesa un copo de nieve?
—Nada —le contestó el joven.
—¿Nada? Déjame que te cuente algo. Un día estaba yo aquí mismo, donde estamos ahora, contemplando por esta ventana el árbol de enfrente, cuando, de pronto, empezó a nevar. No nevaba mucho, era una nevada suave, y me fui fijando en cómo iba cayendo lentamente cada copo sobre esa rama de ahí. Parecía no ser nada, pero de pronto, justo cuando cayó un copo más, la rama se partió. Y eso que un copo de nieve no pesa nada…
¿Nunca te ha pasado que, de pronto, cae en tu vida esa gota que colma el vaso, ese copo de nieve que quiebra la rama? Es así como descubres que estabas tan agotada, tan estresada, tan emocionalmente cargada, que una simple palabra, una discusión, una mirada, un momento sin más, tuvo la fuerza de hacerte querer arrojar la toalla.
¿Cómo es posible? ¡Pero si no se murió nadie, ni te despidieron del trabajo, ni entraste en bancarrota, ni te dieron ninguna noticia traumática…! ¿Por qué, de pronto, te desbordas? ¿Por qué, sin más, te quiebras? Porque te falta ir encontrando ese delicado equilibrio que consiste en poner cada día tus cargas en manos de Dios para afrontar la próxima jornada con libertad emocional.
Cada día trae cierta medida de dificultad, tirantez, desencuentro o incluso decepción; y al recibir cada una de esas gotitas de agua y copos de nieve vamos paulatinamente aumentando la tensión si solo y exclusivamente dependemos de nuestras fuerzas para encajarlos.
Pero Dios quiere participar del proceso completo de nuestra vida; quiere estar presente en todo, para ayudarnos a encontrar el esquivo equilibrio. Jesús nos dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar, […] y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mat. 11:28, 29, RVR95). ¡Cuán bien sabe él que nuestras almas necesitan ese descanso diario que nos prepara para empezar de cero mañana!
Somos seres finitos en necesidad de un Dios infinito que nos equilibre, nos enseñe y nos madure. Lo que nos parece no pesar nada se acumula si nos despistamos; lo que nos parece serlo todo es apenas algo temporal y perecedero. Solo el Maestro nos puede mostrar la diferencia, y prepararnos para vivir en equilibrio, esperanza y fe.
“Echa sobre el Señor tu carga, y él te sustentará; él nunca permitirá que el justo sea sacudido” (Salmos 55:22, LBLA).