Miércoles 14 de febrero – ALABANZA AL DIOS MAJESTUOSO Y MISERICORDIOSO – TU AMOR ES GRANDE HASTA LOS CIELOS

TU AMOR ES GRANDE HASTA LOS CIELOS “Te alabaré entre los pueblos, Señor; cantaré de ti entre las naciones. Porque…

 Miércoles 14 de febrero – ALABANZA AL DIOS MAJESTUOSO Y MISERICORDIOSO – TU AMOR ES GRANDE HASTA LOS CIELOS

TU AMOR ES GRANDE HASTA LOS CIELOS

“Te alabaré entre los pueblos, Señor; cantaré de ti entre las naciones. Porque tu amor es grande hasta los cielos, y hasta las nubes tu fidelidad” (Sal. 57:9, 10).

Miércoles: 14 de febrero

ALABANZA AL DIOS MAJESTUOSO Y MISERICORDIOSO

Lee Salmos 113 y 123. ¿Qué dos aspectos diferentes del carácter de Dios se describen en estos salmos?

 

Salmos 113

1 Alabad, siervos de Jehová, Alabad el nombre de Jehová. Sea el nombre de Jehová bendito Desde ahora y para siempre. Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, Sea alabado el nombre de Jehová. Excelso sobre todas las naciones es Jehová, Sobre los cielos su gloria. ¿Quién como Jehová nuestro Dios, Que se sienta en las alturas, Que se humilla a mirar En el cielo y en la tierra? Él levanta del polvo al pobre, Y al menesteroso alza del muladar, Para hacerlos sentar con los príncipes, Con los príncipes de su pueblo. Él hace habitar en familia a la estéril, Que se goza en ser madre de hijos. Aleluya.

 

Salmos 123

1 A ti alcé mis ojos, A ti que habitas en los cielos. He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, Y como los ojos de la sierva a la mano de su señora, Así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios, Hasta que tenga misericordia de nosotros. Ten misericordia de nosotros, oh Jehová, ten misericordia de nosotros, Porque estamos muy hastiados de menosprecio. Hastiada está nuestra alma Del escarnio de los que están en holgura, Y del menosprecio de los soberbios.

Salmos 113 y 123 alaban la majestad y la misericordia del Señor. La majestad del Señor se revela en la grandeza de su nombre y en el lugar exaltado de su Trono, que está por encima de todas las naciones y de los Cielos (Sal. 113:4, 5; 123:1). “¿Quién es como el Señor, nuestro Dios?” (Sal. 113:5) es una declaración de fe de que ningún poder dentro o fuera del mundo puede desafiar al Dios de Israel.

Las inalcanzables alturas donde habita el Señor se ilustran al señalar que el Señor está dispuesto a “humillarse” o que “se digna contemplar los cielos y la tierra” (ver Sal. 113:6, NVI; énfasis añadido). El hecho de que Dios habite en las alturas no le impide ver lo que ocurre aquí abajo. La misericordia del Señor se manifiesta en su bondadosa disposición a intervenir en el mundo y a salvar a los necesitados y a los pobres de sus problemas. Es evidente que su mano generosa no está oculta a sus siervos, aunque su morada esté en los Cielos lejanos.

La grandeza y el cuidado de Dios, que no pueden discernirse plenamente en la asombrosa trascendencia de Dios, se hacen explícitos en las obras de misericordia y compasión del Señor. Los necesitados, los pobres y los oprimidos pueden experimentar de primera mano el poder soberano de Dios en las notables intervenciones que él puede realizar en su favor. El Dios exaltado manifiesta su grandeza al utilizar su poder para exaltar a los abatidos. El pueblo es libre de acercarse al Señor porque su soberana majestad y supremacía no cambian el hecho de que él es su bondadoso Creador y Sustentador, y que el pueblo es su siervo, su hijo amado.

De esta manera, la adoración está motivada no solamente por la magnificencia de Dios, sino también por su bondad. La alabanza no está limitada por el tiempo ni el espacio (Sal. 113:2, 3). La grandeza y la misericordia de Dios se manifiestan mejor en Jesucristo, que estuvo dispuesto a descender del Cielo y ser abatido hasta la muerte en la Cruz para elevar a la humanidad caída (Fil. 2:6-8). Allí, en la Cruz, tenemos las máximas razones para adorar y alabar a Dios por lo que ha hecho por nosotros.

Medita sobre la Cruz y lo que allí sucedió en tu favor. ¿De qué te ha salvado Jesús? ¿Por qué es tan importante tener presente la Cruz?

Comentarios Elena G.W

No es la manifestación de su gracia [de Dios], terrible majestad y poder sin parangón lo que nos dejará sin excusa si le rehusamos nuestro amor y nuestra obediencia. Es el amor, la compasión, la paciencia, la longanimidad que ha manifestado lo que testificará en contra de aquellos que no han ofrecido el servicio voluntario de sus vidas. Los que se convierten a Dios con corazón, alma y mente, encontrarán en él apacible seguridad (Hijos e hijas de Dios, p. 21).

Necesitamos alabar más a Dios por su «misericordia» «y sus maravillas para con los hijos de los hombres». Salmo 107:8… Constantemente estamos recibiendo las misericordias de Dios y, sin embargo, ¡cuán poca gratitud expresamos! ¡cuán poco le alabamos por lo que ha hecho en nuestro favor!…

Nuestro Dios es un Padre tierno y misericordioso… Dios no quiere que sus hijos, a los cuales proporcionó una salvación tan grande, obren como si él fuera un amo duro y exigente. El es nuestro mejor amigo; y cuando le adoramos quiere estar con nosotros, para bendecirnos y confortarnos llenando nuestro corazón de alegría y amor. El Señor quiere que sus hijos hallen consuelo en servirle y más placer que fatiga en su obra. El quiere que quienes vengan a adorarle se lleven pensamientos preciosos acerca de su amor y cuidado, a fin de que estén alentados en toda ocasión de la vida y tengan gracia para obrar honrada y fielmente en todo.

Debemos reunirnos en torno a la cruz. Cristo, y Cristo crucificado, debe ser el tema de nuestra meditación, conversación y más gozosa emoción. Debemos recordar todas las bendiciones que recibimos de Dios; y al cerciorarnos de su gran amor, debiéramos estar dispuestos a confiar todas las cosas a la mano que fue clavada en la cruz en nuestro favor (El camino a Cristo, pp. 103, 104).

«La hora viene —dijo él—, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren…

La religión no ha de limitarse a las formas o ceremonias externas. La religión que proviene de Dios es la única que conducirá a Dios. A fin de servirle debidamente, debemos nacer del Espíritu divino. Esto purificará el corazón y renovará la mente, dándonos una nueva capacidad para conocer y amar a Dios. Nos inspirará una obediencia voluntaria a todos sus requerimientos. Tal es el verdadero culto. Es el fruto de la obra del Espíritu Santo. Por el Espíritu es formulada toda oración sincera, y una oración tal es aceptable para Dios. Siempre que un alma anhela a Dios, se manifiesta la obra del Espíritu, y Dios se revelará a esa alma. Él busca adoradores tales. Espera para recibirlos y hacerlos sus hijos e hijas (El Deseado de todas las gentes, pp. 159, 160).

Elena G.W

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