Existe una diferencia entre lo que hace una persona y la razón por la que lo hace. No siempre hay coherencia entre la ley que aparenta observar y por qué la observa. De hecho, ambas pueden ser diametralmente opuestas. Esto se aplica a la ley civil y a la de Dios.
Veamos un caso bíblico, en el ámbito de la ley civil, donde se cumplió con la letra, pero la intención era opuesta al espíritu de ella. La ley era: “Echad al río a todo hijo que nazca” (Éxo. 1:22, RVR95). La intención del faraón era que los israelitas no se siguieran multiplicando tan rápidamente en Egipto, para que no llegaran a tener tal fuerza que se convirtieran en poderosos enemigos (ver Éxodo 1:9, 10).
Jocabed , cumpliendo aparentemente la letra de la ley civil, “tomó una canasta de juncos, […] y puso al niño adentro; después fue y dejó la canasta entre los juncos que crecían a la orilla del río” (Éxo. 2:3, TLA). Esta mujer “echó” a su hijo al río tal como decía la ley, pero su intención era la opuesta a la intención de la ley promovida por el faraón: ella quería salvar a su bebé para que el pueblo de Dios pudiera prosperar y contar con un libertador que los librara de la opresión.
Respecto a la ley de Dios, Jesús enseñó que la conformidad exterior con ella no sirve. Eso era lo que hacían los fariseos, que separaban para Dios el diezmo de todo, pero no hacían caso de lo más esencial de la ley, que es la justicia, la misericordia y la fidelidad (ver Mat. 23:23). Disociar la letra de la ley de su esencia conduce al legalismo.
Nos hace conceder la importancia a aparentar estar en sintonía con la ley cuando, en realidad, estamos lejos de ello. Así es difícil ser sensible al Espíritu, que quiere ponernos en sintonía con Dios.
¿Por qué respetas las leyes que respetas? ¿Estás convencida de que son buenas y necesarias? ¿Te has detenido a pensar por qué te riges por los principios que tienes? ¿Sabes qué es lo que hay detrás de ellos?
La clave de la vida cristiana es inclinarnos cada vez más a una obediencia racional, convencidas de que lo que Dios ha dispuesto para nosotras es lo que hubiéramos dispuesto nosotras mismas si conociéramos el fin desde el principio. De ese modo, nunca habrá incoherencia entre lo que aparentamos ser y lo que realmente somos. Jesús “nos capacitó para ser ministros de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu” (2 Cor. 3:6, RVR95). Ojalá lo seamos.
“Sabemos que la ley es buena, si se usa de ella conforme al propósito que tiene” (1 Tim. 1:8).