Domingo 5 de mayo – DOS TESTIGOS – LOS DOS TESTIGOS
LOS DOS TESTIGOS “ ‘La hierba se seca, la flor se cae; pero la palabra de nuestro Dios permanece para…
LOS DOS TESTIGOS
“ ‘La hierba se seca, la flor se cae; pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre’ ” (Isa. 40:8).
Domingo: 5 de mayo
DOS TESTIGOS
Lee Apocalipsis 11:3 al 6. Enumera cinco rasgos identificadores de los dos testigos que encuentres en este pasaje.
Apocalipsis 11:3-6
3 Y daré a mis dos testigos que profeticen por mil doscientos sesenta días, vestidos de cilicio. 4 Estos testigos son los dos olivos, y los dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra. 5 Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera. 6 Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran.
En Zacarías 4, el profeta vio dos olivos a ambos lados de un candelabro de oro, la misma imagen que encontramos aquí, en Apocalipsis 11. Se le dice a Zacarías que esto representa a “los dos ungidos que están ante el Señor de toda la tierra” (Zac. 4:14). Los olivos alimentan de aceite el candelabro para que siga alumbrando. Nos recuerda lo que escribió el salmista: “Lámpara es para mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino” (Sal 119:105). El aceite representa al Espíritu Santo (Zac. 4:2, 6). La visión de Juan en Apocalipsis 11 describe la proclamación de la Palabra de Dios con el poder del Espíritu Santo para iluminar el mundo.
Estos dos testigos pueden profetizar e impedir que caiga lluvia durante el tiempo que ellos predigan. Pueden convertir el agua en sangre y azotar la Tierra con plagas. Por la palabra de Dios, Elías dijo que no caería lluvia sobre Israel, y en respuesta a su oración no hubo lluvia durante tres años y medio (ver Sant. 5:17). Entonces oró a Dios, y volvió a llover después de que los falsos profetas de Baal no lograran acabar con la sequía (1 Rey. 17; 18). Moisés, por medio de la Palabra de Dios, hizo caer plagas de todo tipo sobre los egipcios, incluyendo la de convertir el agua en sangre, porque el faraón se negó a dejar libre al pueblo de Dios (Éxo. 7).
Los que intenten dañar las Escrituras serán consumidos por el fuego que sale de su boca. Dios dice: “Porque hablaron esa palabra, yo pongo en tu boca mis palabras por fuego, y a este pueblo por leña, y los consumirá” (Jer. 5:14). La Palabra de Dios pronuncia juicio sobre todos los que la rechazan. Su palabra es como fuego en la boca.
En Juan 5:39, Jesús declara que las Escrituras del Antiguo Testamento testifican (dan testimonio) de él. También dice que el evangelio se proclamará “por testimonio” a todo el mundo (Mat. 24:14); y el Nuevo Testamento, junto con el Antiguo Testamento, será la base de ese testimonio. Una palabra de la misma raíz (martys) que las palabras para testigo utilizadas en estos dos versículos aparece en Apocalipsis 11:3.
¿Quiénes son esos dos testigos? En vista de estos aspectos bíblicos y de las características dadas en Apocalipsis 11, podemos concluir (aunque no dogmáticamente) que los dos testigos son las Escrituras del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, que comunican la luz y la verdad de Dios al mundo.
Muchos cristianos de hoy tienden a restar importancia al Antiguo Testamento, a tacharlo de irrelevante e innecesario porque tenemos el Nuevo Testamento. ¿Qué tiene de malo esa actitud?
Comentarios Elena G.W
Cuando Cristo deseó revelar a sus discípulos la verdad de su resurrección, comenzó «desde Moisés, y de todos los profetas», y «declarábales en todas las Escrituras lo que de él decían». Pero es la luz que brilla en el nuevo desarrollo de la verdad la que glorifica lo viejo. Aquel que rechaza o descuida lo nuevo no posee realmente lo viejo. Para él la verdad pierde su poder vital y llega a ser solamente una forma muerta…
Muchos… ponen a un lado las escrituras del Antiguo Testamento, de las cuales Cristo declaró: «Ellas son las que dan testimonio de mí». Juan 5:39. Al rechazar el Antiguo Testamento, prácticamente rechazan el Nuevo; pues ambos son partes de un todo inseparable. Ningún hombre puede presentar correctamente la ley de Dios sin el evangelio, ni el evangelio sin la ley. La ley es el evangelio sintetizado, y el evangelio es la ley desarrollada. La ley es la raíz, el evangelio su fragante flor y fruto.
El Antiguo Testamento arroja luz sobre el Nuevo, y el Nuevo sobre el Viejo. Cada uno de ellos es una revelación de la gloria de Dios en Cristo. Ambos presentan verdades que revelarán continuamente nuevas profundidades de significado para el estudiante fervoroso (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 98, 99).
«Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna». Toda posición en favor de la verdad tomada por nuestros hermanos tendrá que soportar la crítica de los más grandes intelectos; los más encumbrados de los grandes hombres del mundo serán puestos en relación con la verdad, y por lo tanto toda posición que tomemos debiera ser examinada críticamente y probada con las Escrituras. Ahora parece que pasáramos inadvertidos, pero no será siempre así. Están obrando movimientos que nos pondrán sobre el tapete, y si nuestras teorías de la verdad pueden ser desmenuzadas por los historiadores o los más grandes hombres del mundo, eso será hecho.
Cada uno debe saber individualmente qué es la verdad, y estar preparado para dar razón de la esperanza que tiene, con mansedumbre y reverencia, no con orgullo, jactancia o suficiencia propia, sino con el Espíritu de Cristo. Nos acercamos al tiempo cuando nos encontraremos solos para responder de nuestras creencias. Los errores religiosos se están multiplicando y entrelazándose con el poder satánico que rodea a la gente. Apenas hay una doctrina de la Biblia que no haya sido negada (El evangelismo, p. 55).
El Espíritu de Dios está junto a cada verdadero escudriñador de la Palabra de Dios, capacitándolo para descubrir las gemas escondidas de verdad. La iluminación divina acude a su mente, estampando la verdad en él con renovada y fresca importancia. Rebosa de un gozo nunca antes experimentado. La paz de Dios descansa sobre él. Comprende la hermosura de la verdad como nunca antes. Una luz celestial resplandece sobre la Palabra, haciéndola aparecer como si cada letra estuviera matizada con oro. Dios mismo habla al corazón, haciendo de su Palabra espíritu y vida (Reflejemos a Jesús, 24 de abril, p. 120).