Sábado 14 de diciembre – LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN

LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN “Entonces Pilato le dijo: ‘¿Luego, tú eres rey?’ Respondió Jesús:…

 Sábado 14 de diciembre – LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN

LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN

“Entonces Pilato le dijo: ‘¿Luego, tú eres rey?’ Respondió Jesús: ‘Tú lo has dicho. Yo soy rey. Yo para esto he nacido, para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad oye mi voz’ ” (Juan 18:37).

Sábado: 14 de diciembre

LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN

La crucifixión y la resurrección de Jesús son el punto culminante del libro de Juan. Los diez primeros capítulos abarcan aproximadamente tres años y medio; los capítulos 11 al 20, en cambio, abarcan entre una y dos semanas.

Los cuatro evangelios presentan la muerte de Jesús de maneras diferentes. Aunque sus relatos son compatibles, cada autor hace hincapié en puntos clave que resuenan especialmente con los temas de su Evangelio. Mateo hace hincapié en el cumplimiento de las Escrituras; Marcos, en el paralelismo entre el bautismo de Jesús y la Cruz; y Lucas, en la Cruz como sanación y salvación (la historia del ladrón en la cruz).

Pero Juan presenta la Cruz como la entronización de Jesús, especialmente vinculada a la idea de la hora, a la que se hace referencia en numerosas ocasiones a lo largo del libro (Juan 7:30; 8:20; 12:27). Esta idea de entronización es una imagen paradójica, ya que la crucifixión era la forma más ignominiosa y vergonzosa de morir que utilizaban los romanos. Este contraste apunta a la descripción profundamente irónica que presenta Juan: Jesús muere de una manera vergonzosa, pero esa muerte es al mismo tiempo su gloriosa entronización como Salvador.

Comentarios Elena G.W

Cuando Cristo se presentó a Juan para el bautismo, Satanás estaba entre los que presenciaron ese acontecimiento… Oyó la majestuosa voz de Jehová que resonaba por el cielo, y retumbaba por la tierra como el estrépito del trueno, anunciando: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia». Vio el brillo de la gloria del Padre que se proyectaba sobre la figura de Jesús, destacando con seguridad inconfundible entre la multitud a Aquel a quien reconocía como a su Hijo. Las circunstancias que rodearon esa escena bautismal fueron del máximo interés para Satanás. Entonces se dio cuenta con seguridad que, a menos que pudiera vencer a Cristo, de allí en adelante habría un límite para su poder…

Cuando de los cielos abiertos oyó la voz de Dios que se dirigía a su Hijo, para él fue como el sonido de un toque de difuntos. Esto le dijo que ahora Dios estaba por unir consigo al hombre más estrechamente, y que le daría fortaleza moral para vencer la tentación y para escapar de las redes de las trampas satánicas. Satanás sabía muy bien la posición que Cristo había ocupado en el cielo como el Hijo de Dios, el Amado del Padre; y el hecho de que Cristo hubiera dejado el gozo y la honra del cielo para venir a este mundo como hombre, lo llenaba de temor… Puesto que había perdido a causa de su rebelión todas las riquezas y las glorias puras del cielo, estaba decidido a vengarse haciendo que todos los que pudiera menospreciaran el cielo y pusieran sus afectos en los tesoros terrenales (Confrontation, p. 29; parcialmente en Comentarios de Elena G. de White, Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 5, p. 1054).

El unigénito Hijo de Dios tomó sobre sí la naturaleza del hombre y estableció su cruz entre la tierra y el cielo. Mediante la cruz, el hombre fue atraído a Dios, y Dios al hombre. La justicia se inclinó desde su puesto elevado y sublime, y las huestes celestiales, los ejércitos de la santidad, se acercaron a la cruz, inclinándose con reverencia, pues en la cruz se satisfizo la justicia. Mediante la cruz, el pecador fue rescatado de la fortaleza del pecado, de la confederación del mal, y cada vez que se acerca a la cruz se enternece su corazón y clama arrepentido: «Fueron mis pecados los que crucificaron al Hijo de Dios». Deja sus pecados en la cruz y se transforma su carácter por la gracia de Cristo. El Redentor levanta al pecador del polvo y lo coloca bajo la dirección del Espíritu Santo (Mensajes selectos, t. 1, pp. 409, 410).

Jesús puso la cruz al alcance de la luz que procedía del cielo, porque esa era la manera de atraer la atención del hombre. La cruz está directamente en línea con el brillo de los rostros divinos, para que, al contemplar la cruz, los hombres pudieran ver y conocer a Dios y a Jesucristo, a quien él había enviado. Al contemplar a Dios, contemplamos a Aquel que derramó su alma hasta la muerte. Al contemplar la cruz, la vista se extiende hacia Dios, y se discierne su odio por el pecado. Pero mientras contemplamos en la cruz el odio de Dios por el pecado, también contemplamos su amor por los pecadores, que es más fuerte que la muerte. La cruz es para el mundo el argumento incontrovertible de que Dios es verdad, y luz, y amor (Nuestra elevada vocación, p. 47).

Elena G.W

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