Una abuela paseaba con su nieto de cinco años por un centro comercial cuando, en un descuido, el pequeño se le perdió. Angustiada, dio la voz de alarma y los guardias de seguridad comenzaron la búsqueda. Tras veinte minutos de oraciones y lágrimas, la abuela vio a la distancia a un agente que traía a su nieto de la mano; ahora, lloraba de alegría. Cuando se encontraron y el pequeño vio sus lágrimas, le preguntó: “¿Por qué lloras, abuela, estás perdida?”.58
Estar perdidas sin saberlo, así como le sucedió al pequeño de esta historia, es algo que también nos puede pasar a nosotras, porque existen dos maneras de estar perdida: fuera de la iglesia (como el hijo pródigo) o dentro de la iglesia (como la oveja y la moneda perdidas).
Estando dentro de la iglesia puede suceder que, sabiendo que estamos perdidas, no sepamos cómo volver, porque con la cabeza entendemos el evangelio pero nuestras obras niegan su eficacia; y también nos puede suceder que ni siquiera nos demos cuenta de que estamos perdidas, porque nuestras “buenas obras” nos parecen evidencia de salvación (¿recuerdas el caso del joven rico?).
Precisamente por esto es que el legalismo es una manera tan peligrosa de vivir la religión, porque nos hace creer que estamos bien, pues hacemos lo que agrada a Dios; pero lo hacemos por los motivos incorrectos. Por eso “Jesús contó la parábola [del publicano y el fariseo], para algunos que, seguros de sí mismos por considerarse justos, despreciaban a los demás” (Luc. 18:9); esos eran los fariseos, que se creían merecedores del cielo porque hacían “buenas obras”, como ayunar, devolver el diezmo, no robar o no adulterar (ver Luc. 18:11, 12).
Pero eran justamente sus “buenas obras” las que les impedían darse cuenta de que estaban perdidos, pues los conducían al autoengaño de una complacencia orgullosa.
Elena de White escribió: “Los religiosos profesos no están dispuestos a examinarse minuciosamente para ver si están dentro de la fe. […]
Al parecer creen que solamente por el hecho de profesar una fe serán salvos” (Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 173). Y por eso están perdidos, porque esta es la peor situación de todas. Y tú, ¿tienes tal confianza en tus obras, en tu profesión de fe, que no te examinas minuciosamente por si estás perdida? ¿O estás dispuesta a examinarte minuciosamente para ver si estás dentro de la fe? La salvación no viene por profesar fe, sino por creer en Cristo y amarlo con todo nuestro ser.
“Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, pero estás muerto” (Apoc. 3:1, LBLA).
58 Artículo de Pedro y Cecilia Iglesias publicado en Prioridades, noviembre de 2020.