Una maestra asignada a un plan de estudios para niños hospitalizados recibió una llamada de rutina. Anotó el nombre del pequeño, el número de habitación de hospital y las instrucciones: “Debes enseñarle los sustantivos”. Se puso en camino, sin saber que el niño estaba gravemente quemado.
Cuando vio al pequeño, se quedó terriblemente impresionada. Solo atinó a susurrarle: “Me envió tu escuela para ayudarte con los sustantivos”. Y procedió a enseñarle la materia. Sin embargo, al irse, sintió que no había logrado nada.
Al día siguiente, una enfermera le preguntó: “¿Qué le hizo usted ayer al niño?” Creyendo que había hecho algo malo, la maestra comenzó inmediatamente a disculparse. “¡No!”, interrumpió la enfermera, “es que la actitud del niño ha cambiado. Está respondiendo al tratamiento cuando antes se había rendido”.
Cuando le preguntaron al pequeño qué había marcado la diferencia, dijo: “Yo estaba sin esperanza hasta que llegó la maestra. No la enviarían a explicarme los sustantivos si me estuviera muriendo, ¿verdad?” Recuperar la esperanza de poder vivir generó en él un cambio de actitud.59
Aferrarse a la vida, algo tan natural para muchos, resulta cuesta arriba para otros, que no logran ver más allá de las dificultades, las pérdidas, las heridas, los fracasos y las decepciones. Les falta esa brújula que marca siempre el norte: la esperanza.
Tener una esperanza respecto al mañana es clave para vivir el hoy con toda la ilusión que Dios es capaz de poner en nuestro corazón. Y si existe una esperanza que realmente lo cambia todo es la esperanza en la vida eterna: pase lo que pase aquí, lo que nos espera allá hará que haya merecido la pena y que podamos decir: “¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza, y todavía lo alabaré” (Sal. 42:11).
Porque “Dios no envía sin propósito pruebas a sus hijos. Nunca los conduce de otra manera que la que ellos mismos habrían elegido si pudieran ver el fin desde el principio” (Elena de White, En los lugares celestiales, p. 268). Querida amiga, “que el Dios de la esperanza te llene de toda alegría y paz a ti que crees en él, para que reboses de esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Rom. 15:13).
“Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza” (Jer. 29:11).
59 Mark Finley, Esperanza. Cómo vivir en un mundo destrozado (Doral, Florida: IADPA, 2020), pp. 82-83.