- marzo 24, 2024
Domingo 24 de marzo – EL LLAMADO A ESPERAR – ¡ESPERA EN EL SEÑOR!
¡ESPERA EN EL SEÑOR! “¡Espera en el Señor! ¡Esfuérzate y aliéntese tu corazón! ¡Espera en el Señor!” (Sal. 27:14). Domingo:…
¡ESPERA EN EL SEÑOR!
“¡Espera en el Señor! ¡Esfuérzate y aliéntese tu corazón! ¡Espera en el Señor!” (Sal. 27:14).
Domingo: 24 de marzo
EL LLAMADO A ESPERAR
Lee Salmos 27:14; 37:7, 9 y 34; 39:7; 40:1; 69:6; Gálatas 5:5; y Romanos 8:18 al 25. Estos pasajes, ¿qué imploran que haga el pueblo de Dios?
Salmos 27:14
14 Aguarda a Jehová; Esfuérzate, y aliéntese tu corazón; Sí, espera a Jehová.
Salmos 37:7, 9 y 34
7 Guarda silencio ante Jehová, y espera en él. No te alteres con motivo del que prospera en su camino, Por el hombre que hace maldades.
9 Porque los malignos serán destruidos, Pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra.
34 Espera en Jehová, y guarda su camino, Y él te exaltará para heredar la tierra; Cuando sean destruidos los pecadores, lo verás.
Salmos 39:7
7 Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti.
Salmos 40:1
1 Pacientemente esperé a Jehová, Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor.
Salmos 69:6
6 No sean avergonzados por causa mía los que en ti confían, oh Señor Jehová de los ejércitos; No sean confundidos por mí los que te buscan, oh Dios de Israel.
Gálatas 5:5
5 Pues nosotros por el Espíritu aguardamos por fe la esperanza de la justicia;
Romanos 8:18-25
18 Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. 19 Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. 20 Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; 21 porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. 22 Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; 23 y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. 24 Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? 25 Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos.
Tal vez una de las mayores tensiones de la vida sea el estrés de la espera. No importa quiénes seamos, dónde vivamos o cuál sea nuestra posición en la vida, a veces, todos tenemos que esperar. Desde esperar en la fila de una tienda hasta esperar para oír un pronóstico médico; esperamos, y no siempre nos gusta hacerlo, ¿verdad?
¿Qué ocurre, entonces, cuando esperamos en Dios? La noción de esperar en el Señor no solamente se encuentra en Salmos, abunda en toda la Biblia. La palabra clave es perseverancia. La perseverancia es nuestro compromiso supremo de negarnos a sucumbir al miedo ante la desilusión de que, por alguna razón, Dios no vendrá por nosotros. El hijo leal de Dios espera, sabiendo con certeza que Dios es fiel; y los que esperan en él pueden confiar en que, si le entregamos nuestra situación, podemos estar seguros de que la resolverá para nuestro bien, aunque en ese momento no lo veamos necesariamente así.
Esperar en el Señor es más que simplemente aguantar. Es un profundo anhelo de Dios que se compara con la sed intensa en tierra seca (Sal. 63:1). El salmista espera muchas bendiciones de Dios, pero su anhelo de acercarse a su Dios supera cualquier otro deseo y necesidad en la vida.
Como leemos en este sorprendente pasaje de Romanos, Dios y toda la Creación esperan la renovación del mundo y el bendito encuentro entre Dios y su pueblo en el tiempo del fin. Pablo escribe: “La creación aguarda con profundo anhelo que los hijos de Dios sean revelados” (Rom. 8:19).
¡Qué promesa tan increíble!
No obstante, mientras esperamos la salvación definitiva y la reunión con Dios, aunque “todas las criaturas gimen a una, y a una sufren dolores como de parto” (Rom. 8:22), el Señor habita con su pueblo ahora, por medio del Espíritu Santo.
Mientras tanto, se nos llama a dar testimonio (Hech. 1:4-8) del Plan de Salvación, que concluirá con una nueva Creación. Esa nueva Creación, en última instancia, es lo que estamos esperando: el cumplimiento final de nuestras esperanzas como cristianos adventistas. El mismo nombre, Adventista, abarca la idea de la esperanza que aguardamos. Esperamos, pero sabemos que no es en vano. La muerte y la resurrección de Cristo, en su primera venida, es nuestra garantía de su segunda venida.
¿Qué cosas esperas ahora de Dios? ¿Cómo aprendemos a esperar con fe y confianza, especialmente cuando lo que pedimos aún no ha llegado?
Comentarios Elena G.W
Aguarden en Jehová; y lo repito: Aguarden en el Señor. Podemos pedir a los agentes humanos y no recibir. Podemos pedir a Dios y Él dice: «Recibirás». En consecuencia, saben a quién acudir, saben en quién confiar. No deben confiar en el hombre o poner a la carne por su brazo. Descansen tan completamente como quieran sobre el Poderoso que ha dicho: «¿Forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; sí, haga paz conmigo». Isaías 27:5. Entonces, aguarden y velen y oren manteniendo su rostro constantemente vuelto hacia el Sol de justicia.
Permitan que los brillantes rayos del rostro de Jesús resplandezcan en sus corazones, y resplandezcan sobre otros a través de ustedes. «Ustedes son la luz de este mundo… Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo». Mateo 5:14-16 (DHH). Debemos presentar a Cristo delante de la gente (Reflejemos a Jesús, p. 111).
Podemos llevarle nuestros pequeños problemas y perplejidades tanto como nuestras preocupaciones mayores. Cualquier cosa que nos turbe o aflija debemos llevar al Señor en oración.
Calmada, pero fervientemente, el alma deberá dirigirse a Dios, y dulce y permanente será la influencia que emana de Aquel que ve en secreto, cuyo oído está abierto a la oración que brota del corazón. El que en fe sencilla mantiene comunión con Dios, allegará para sí divinos rayos de luz para fortalecerlo y sostenerlo en el conflicto con Satanás.
Si mantenemos al Señor constantemente delante de nosotros, permitiendo que nuestros corazones expresen el agradecimiento y la alabanza a él debidos, tendremos una frescura perdurable en nuestra vida religiosa. Nuestras oraciones tomarán la forma de una conversación con Dios, como si habláramos con un amigo. El nos dirá personalmente sus misterios. A menudo nos vendrá un dulce y gozoso sentimiento de la presencia de Jesús. La oración aparta los ataques de Satanás (The Faith I Live By, p. 225; parcialmente en La fe por la cual vivo, p. 227).
Después de hecha la oración, si no obtenemos inmediatamente la respuesta, no nos cansemos de esperar, ni nos volvamos inestables. No vacilemos. Aferrémonos a la promesa: «Fiel es el que os ha llamado; el cual también lo hará». 1 Tesalonicenses 5:24. Como la viuda importuna, presentemos nuestros casos con firmeza de propósito. ¿Es importante el objeto y de gran consecuencia para nosotros? Por cierto que sí. Entonces, no vacilemos; porque tal vez se pruebe nuestra fe. Si lo que deseamos es valioso, merece un esfuerzo enérgico y fervoroso. Tenemos la promesa; velemos y oremos. Seamos firmes, y la oración será contestada; porque, ¿no es Dios quien ha formulado la promesa? Cuanto más nos cueste obtener algo, tanto más lo apreciaremos cuando lo obtengamos. Se nos dice claramente que si vacilamos, ni podemos pensar que recibiremos algo del Señor. Se nos recomienda aquí que no nos cansemos, sino que confiemos firmemente en la promesa. Si pedimos, él nos dará liberalmente, sin zaherir (Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 119).