Domingo 28 de abril – SOLO LA PALABRA DE DIOS – FE CONTRA TODO PRONÓSTICO

FE CONTRA TODO PRONÓSTICO “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal. 119:11). Domingo: 28…

 Domingo 28 de abril – SOLO LA PALABRA DE DIOS – FE CONTRA TODO PRONÓSTICO

FE CONTRA TODO PRONÓSTICO

“En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal. 119:11).

Domingo: 28 de abril

SOLO LA PALABRA DE DIOS

Lee Salmo 119:103, 104, 147 y 162. ¿Cuál era la actitud de David hacia la Palabra de Dios? ¿Cómo influyó esto en los reformadores, y cómo influye en nuestra vida en la actualidad?

 

Salmo 119:103-104, 147 y 162

103 ¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca. 

104 De tus mandamientos he adquirido inteligencia; Por tanto, he aborrecido todo camino de mentira.

147 Me anticipé al alba, y clamé; Esperé en tu palabra.

162 Me regocijo en tu palabra Como el que halla muchos despojos.

La Biblia era el fundamento de la fe de los reformadores y la esencia de su enseñanza. Comprendieron que estaban tratando con la inspirada “palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Ped. 1:23). Atesoraban cada palabra. A medida que leían sus páginas y creían en sus promesas, su fe se fortalecía y su valor se renovaba. “Así sucede con todas las promesas de la Palabra de Dios. En ellas, nos habla a cada uno en particular, y de un modo tan directo como si pudiéramos oír su voz. Por medio de estas promesas, Cristo nos comunica su gracia y su poder. Son hojas de ese árbol que son ‘para la sanidad de las naciones’ (Apoc. 22:2). Recibidas y asimiladas, serán la fortaleza del carácter, la inspiración y el sostén de la vida. Nada tiene tal virtud curativa. Ninguna otra cosa puede impartirnos el valor y la fe que dan energía vital a todo el ser” (Elena de White, El ministerio de curación, p. 85).

Las Escrituras irradian gozo a nuestro dolor, esperanza a nuestro desaliento, luz a nuestra oscuridad. Dan dirección a nuestra confusión, certeza a nuestra perplejidad, fortaleza a nuestra debilidad y sabiduría a nuestra ignorancia. Cuando meditamos en la Palabra de Dios y confiamos por fe en sus promesas, el poder vivificador de Dios vigoriza todo nuestro ser, física, mental, emocional y espiritualmente.

Los reformadores saturaban su mente con las Escrituras. Vivían por la Palabra, y muchos de ellos murieron por la Palabra. No eran cristianos casuales, complacientes y descuidados, con una vida devocional superficial. Sabían que sin el poder de la Palabra de Dios no resistirían las fuerzas del mal dispuestas contra ellos.

La pasión de John Wycliffe era traducir la Biblia al inglés a fin de que la gente común pudiera leerla y entenderla. Como eso era ilegal, fue juzgado por su fe, condenado como hereje y sentenciado a muerte. En su juicio, Wycliffe hizo un serio llamado: “ ‘¿Contra quién piensan que están contendiendo? ¿Contra un anciano que ya está al borde del sepulcro? ¡No!, ¡contra la Verdad!; ¡la Verdad que es más fuerte que ustedes y que los vencerá!’ ” (Wylie, lib. 2, cap. 13, citado en Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 97). Las últimas palabras de Wycliffe se cumplieron cuando la luz de la verdad de Dios disipó la oscuridad de la Edad Media.

¿De qué manera te han consolado las Escrituras en tiempos de prueba?

Comentarios Elena G.W

Cuando apedrearon al elocuente y noble Esteban por instigación del Sanedrín, no hubo pérdida para la causa del evangelio. La luz del cielo que glorificó su rostro, la compasión divina que se expresó en su última oración, llegaron a ser como una flecha aguda de convicción para el miembro intolerante del Sanedrín que lo observaba, y Saulo, el fariseo perseguidor, se transformó en el instrumento escogido para llevar el nombre de Cristo a los gentiles, a los reyes y al pueblo de Israel… Por los esfuerzos de Satanás para destruirla, la simiente «incorruptible» de la Palabra de Dios, la cual «vive y permanece para siempre», (l Pedro 1:23) se esparce en los corazones de los hombres; por el oprobio y la persecución que sufren sus hijos, el nombre de Cristo es engrandecido y se redimen las almas (El discurso maestro de Jesucristo, p. 32).

El gran principio que sostenían estos reformadores el mismo que sustentaron los valdenses, Wiclef, Juan Hus, Lutero, Zuinglio y los que se unieron a ellos era la infalible autoridad de las Santas Escrituras como regla de y práctica… La Biblia era su autoridad y por las enseñanzas de ella juzgaban todas las doctrinas y exigencias. La fe en Dios y en su Palabra era la que sostenía a estos santos varones cuando entregaban su vida en la hoguera. «Ten buen ánimo decía Látimer a su compañero de martirio cuando las llamas estaban a punto de acallar sus voces que en este día encenderemos una luz tal en Inglaterra, que, confío en la gracia de Dios, jamás se apagará» (El conflicto de los siglos, pp. 254, 255).

Necesitamos un guía a través de los muchos desfiladeros de la vida, tal como el marino necesita un práctico para sortear el banco de arena o el lecho rocoso del río…

El marino que dispone de mapa y brújula, pero no los usa, es responsable de poner en peligro la vida de los que van a bordo de su nave; la embarcación puede naufragar por su negligencia. Disponemos de un libro guía, la Palabra de Dios, y no tendremos excusa si perdemos el camino que conduce al cielo, siendo que hemos recibido clarísimas instrucciones.

La Biblia presenta una perfecta norma de carácter; es un guía infalible en todas las circunstancias, aun hasta el fin del viaje de la vida (My Life Today, p. 25; parcialmente en Mi vida hoy, 21 de enero, p. 29).

El Señor Jesús dijo de las Escrituras del Antiguo Testamento, y cuánto más cierto es esto acerca del Nuevo: «Ellas son las que dan testimonio de mí», (Juan 5:39) el Redentor, Aquel en quien se concentran vuestras esperanzas de la vida eterna. Sí, la Biblia entera nos habla de Cristo. Desde el primer relato de la creación, de la cual se dice: «Sin él nada de lo que es hecho, fue hecho» (Juan 1:3), hasta la última promesa: «¡He aquí, yo vengo presto!» (Apocalipsis 22:12) leemos acerca de sus obras y escuchamos su voz. Si deseáis conocer al Salvador, estudiad las Santas Escrituras.

Llenad vuestro corazón con las palabras de Dios. Son el agua viva que apaga vuestra sed. Son el pan vivo que descendió del cielo (El camino a Cristo, p. 88).

Elena G.W

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