Jueves 21 de septiembre – PRACTIQUEMOS LA ORACIÓN DEL CAMPO DE BATALLA – “HACIENDO LA PAZ”

“HACIENDO LA PAZ” “Sobre todo, tomen el escudo de la fe, con que puedan apagar todos los dardos encendidos del…

 Jueves 21 de septiembre – PRACTIQUEMOS LA ORACIÓN DEL CAMPO DE BATALLA – “HACIENDO LA PAZ”

“HACIENDO LA PAZ”

“Sobre todo, tomen el escudo de la fe, con que puedan apagar todos los dardos encendidos del maligno. Tomen el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Efe. 6:16, 17).

Jueves: 21 de septiembre

PRACTIQUEMOS LA ORACIÓN DEL CAMPO DE BATALLA

Al concluir su exhortación para la batalla, Pablo insta a los creyentes –como soldados– a participar en oración crucial y continua “por todos los santos” (Efe. 6:18) y por él mismo como embajador en prisión (Efe. 6:19, 20). Este llamado a la oración puede entenderse como una extensión de las imágenes militares, ya que invocar a Dios (o a los dioses) en oración era una práctica común en el antiguo campo de batalla. Para citar un ejemplo bíblico: siguiendo la exhortación de batalla de Jaziel, Josafat lleva a “todo Judá y los habitantes de Jerusalén” a postrarse “ante el Señor y [a] adorar[lo]” (2 Crón. 20:18). Si bien la oración no es un séptimo elemento de la armadura, es una parte integral de la exhortación para la batalla y la metáfora militar de Pablo.

En el primero de dos pedidos de oración, Pablo pide a los destinatarios que participen en una oración ferviente, urgente y perseverante “por todos los santos” (Efe. 6:18). Si la iglesia ha de tener éxito en su batalla contra los poderes del mal, necesitará practicar la dependencia de Dios mediante la oración inspirada por el Espíritu.

El segundo pedido de oración de Pablo es por sí mismo: “y oren también por mí” (Efe. 6:19). Pide oración para que Dios le conceda el mensaje correcto (“para que me sea dada palabra”), en el momento oportuno (“al abrir mi boca”, NBLA), y que pueda pronunciarlo de la manera correcta (“con denuedo”), al abordar un tema sumamente importante: “el misterio del evangelio” (Efe. 6:19). Esta última frase se refiere a lo que podríamos llamar el “secreto a voces” de la intervención de Dios en Cristo para redimir a los gentiles junto con los judíos (ver Efe. 3:1–13), al crear “una nueva humanidad” (Efe. 2:15, NVI, ver también Efe. 2:11–22) como una señal del plan general de “reunir en él [Cristo] todas las cosas” (Efe. 1:10, NVI).

Repasa los siguientes “llamados a la oración” en el Nuevo Testamento. ¿Cuál te inspira más? ¿Por qué? Lucas 18:1–8; Filipenses 4:6; Colosenses 4:2; 1 Tesalonicenses 5:16–18.

 

Lucas 18:1–8

1 También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?

 

Filipenses 4:6

Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.

 

Colosenses 4:2

Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias;

 

1 Tesalonicenses 5:16–18

16 Estad siempre gozosos. 17 Orad sin cesar. 18 Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.

¿Por qué se insta tan a menudo a los creyentes a participar en la oración ferviente y perseverante? La metáfora militar de Pablo sugiere dos respuestas: (1) la amenaza de una batalla espiritual contra una serie de enemigos sobrenaturales es terrible y real; (2) las promesas de Dios de fortaleza espiritual y victoria se ilustran mediante las imágenes militares de Pablo (Efe. 6:10–17). La oración ferviente y perseverante nos brinda la oportunidad de escuchar atentamente estas promesas, celebrarlas y agradecer a Dios por los recursos de su gracia.

Comentarios Elena G.W

La fe verdadera demanda la bendición prometida y se aferra a ella antes de saberla realizada y de sentirla. Debemos elevar nuestras peticiones al Lugar Santísimo con una fe que dé por recibidos los prometidos beneficios y los considere ya suyos. Hemos de creer, pues, que recibiremos la bendición, porque nuestra fe ya se apropió de ella, y, según la Palabra, es nuestra. «Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá»… Marcos 11:24. Esto es fe sincera y pura: creer que recibiremos la bendición aun antes de recibirla en realidad. Cuando la bendición prometida se siente y se disfruta, la fe queda anonadada. Pero muchos suponen que tienen gran fe cuando participan del Espíritu Santo en forma destacada, y que no pueden tener fe a menos que sientan el poder del Espíritu. Los tales confunden la fe con la bendición que nos llega por medio de ella. Precisamente el tiempo más apropiado para ejercer fe es cuando nos sentimos privados del Espíritu. Cuando parecen asentarse densas nubes sobre la mente, es cuando se debe dejar que la fe viva atraviese las tinieblas y disipe las nubes. La fe verdadera se apoya en las promesas contenidas en la Palabra de Dios, y únicamente quienes obedezcan a esta Palabra pueden pretender que se cumplan sus gloriosas promesas. «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho»… Juan 15:7 (Primeros escritos, pp. 72, 73).

Tenemos que llevar a cabo la tarea de un soldado, ganar victorias, porque no debemos ignorar las artimañas de Satanás. Oremos y velemos, no sea que Satanás aparezca de repente y nos induzca a olvidar nuestra necesidad de hacerlo.

En la lucha cristiana, a menos que mantengamos la vista fija en el adversario y en nosotros mismos, caeremos en la trampa de Satanás. Nuestra seguridad depende del estado de nuestro corazón. Dios nos ayude a estar en guardia; de lo contrario, ciertamente perderemos el cielo. El apartarnos un poquito de lo que es correcto, las pequeñas complacencias, parecen sin importancia en el momento, pero Satanás lo usará todo para conducirnos por un sendero que nos separará de la justicia y de Dios. No queremos seguir nuestros caminos sino los de Dios. Queremos luchar con todas nuestras fuerzas para aplastar a Satanás y para estar seguros de que estamos en buenas relaciones con Dios, para que podamos disponer de credenciales impecables que garanticen nuestra herencia inmortal (Cada día con Dios, p. 25).

Nuestras oraciones han de ser tan fervorosas y persistentes como lo fue la del amigo necesitado que pidió pan a media noche. Cuanto más fervorosa y constantemente oremos, tanto más íntima será nuestra unión espiritual con Cristo. Recibiremos bendiciones acrecentadas, porque tenemos una fe acrecentada.

Nuestra parte consiste en orar y creer. Velad en oración. Velad, y cooperad con el Dios que oye la oración. Recordad que «coadjutores somos de Dios». 1 Corintios 3:9 (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 111, 112).

Elena G.W

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