Jueves 23 de marzo – LAS RECOMPENSAS DE LA FIDELIDAD

LAS RECOMPENSAS DE LA FIDELIDAD “Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel! Sobre poco has sido fiel, sobre…

 Jueves 23 de marzo – LAS RECOMPENSAS DE LA FIDELIDAD

LAS RECOMPENSAS DE LA FIDELIDAD

“Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel! Sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor’” (Mat. 25:21).

Jueves: 23 de Marzo

LA MIRADA PUESTA EN EL PREMIO

Después de su conversión, Pablo se lanzó de lleno a la causa de Cristo. Debido a su educación y su mente aguda, podría haber tenido mucho éxito desde una perspectiva mundana. Como Moisés, Pablo eligió sufrir con los hijos fieles de Dios y por Cristo. Sufrió azotes, apedreamiento, prisión, naufragio, hambre, frío y más, como se registra en 2 Corintios 11:24 al 33. ¿Cómo fue capaz de soportar todo esto?

Lee Romanos 8:16 al 18. Saber que era un hijo de Dios, ¿cómo influyó en su fidelidad?

El valor que Pablo daba a la recompensa de los fieles es lo que lo mantenía animado en su sufrimiento por Cristo. Escribió desde la prisión: “Hermanos, no considero haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvido lo que queda atrás, me extiendo a lo que está delante, y prosigo a la meta, hacia el premio del soberano llamado celestial en Cristo Jesús” (Fil. 3:13, 14).

Lee 1 Timoteo 6:6 al 12, que ya hemos visto, pero vale la pena repasarlo. ¿Cuál es el mensaje central de estos versículos, especialmente para nosotros como cristianos?

Desde la perspectiva bíblica, la prosperidad es tener lo que necesitas cuando lo necesitas. No es la acumulación de posesiones. La prosperidad también reclama la promesa de Dios en Filipenses 4:19: “Mi Dios, pues, suplirá toda necesidad de ustedes, conforme a su gloriosa riqueza en Cristo Jesús”. Finalmente, la prosperidad es estar agradecido por lo que tienes en el Señor y confiar en él en todas las cosas.

Dios no promete a sus hijos que todos serán ricos en bienes de este mundo; a decir verdad, dice que todos los que viven una vida piadosa sufrirán persecución. Lo que él ofrece es mejor que cualquier riqueza mundana. Él dice: “Supliré tus necesidades, y dondequiera que vayas, estaré contigo”. Entonces, al final, les dará a sus fieles verdaderas riquezas, responsabilidades y la vida eterna. ¡Qué increíble recompensa!

Cerca del final de su vida, Pablo pudo decir: “Yo ya estoy para ser sacrificado. El tiempo de mi partida está cerca. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás me está guardada la corona de justicia, que me dará el Señor, Juez justo, en ese día. Y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Tim. 4:6–8). Que todos, por la gracia de Dios, podamos decir lo mismo, y también con la misma seguridad.

Comentarios Elena G.W

El hijo de Dios era el heredero de todas las cosas, y se le prometieron el dominio y la gloria de los reinos de este mundo. Sin embargo, cuando él apareció en este mundo, lo hizo sin riqueza ni esplendor. El mundo no comprendió su unión con el Padre; la excelencia y la gloria de su carácter divino les fueron ocultadas. Por lo tanto fue "despreciado y rechazado por los hombres", y "nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido". Isaías 53:4. Esta misma experiencia de Cristo cuando estuvo en el mundo debe ser la de sus seguidores. Estos son los hijos de Dios y coherederos con Cristo; y el reino y el dominio les pertenecen. El mundo no comprende su carácter ni su sagrada vocación; no percibe su adopción en la familia de Dios. Su unión y compañerismo con el Padre y el Hijo no son manifiestos, y mientras el mundo contempla su humillación y reproche, no resulta evidente lo que ellos son o lo que llegarán a ser. Son extraños, son extranjeros. El mundo no los conoce y no aprecia los motivos que los Impulsan a obrar (Testimonios para la iglesia, t. 1, pp. 258, 259). El que ha entregado su vida a Dios para socorrer a los hijos de él se une a Aquel que dispone de todos los recursos del universo. Su vida queda ligada a la vida de Dios por la áurea cadena de promesas inmutables. El Señor no lo abandonará en la hora de aflicción o de necesidad. "Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús". Filipenses 4:19. Y en la hora de necesidad final, los compasivos se refugiarán en la misericordia del clemente Salvador y serán recibidos en las moradas eternas (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 24, 25). Redimido Pablo por el sacrificio de Cristo, lavado del pecado en su sangre y revestido de su justicia, tenía en sí mismo el testimonio de que su alma era preciosa a la vista de su Redentor. Estaba su vida oculta con Cristo en Dios, y tenía el convencimiento de que quien venció la muerte es poderoso para guardar cuanto se le confíe. Su mente se aferraba a la promesa del Salvador: "Yo le resucitaré en el día postrero". Juan 6:40. Sus pensamientos y esperanzas estaban concentrados en la segura venida de su Señor. Y al caer la espada del verdugo, y agolparse sobre el mártir las sombras de la muerte, se lanzó hacia adelante su último pensamiento —como lo hará el primero que de él brote en el momento del gran despertar— al encuentro del Autor de la vida que le dará la bienvenida al gozo de los bienaventurados. Casi veinte siglos han transcurrido desde que el anciano Pablo vertió su sangre como testigo de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo. Ninguna mano fiel registró para las generaciones futuras las últimas escenas de la vida de este santo apóstol; pero la Inspiración nos ha conservado su postrer testimonio. Como resonante trompeta, su voz ha vibrado desde entonces a través de los siglos, enardeciendo con su propio valor a millares de testigos de Cristo y despertando en millares de corazones afligidos el eco de su triunfante gozo: "Porque yo ya estoy para ser ofrecido, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida". 2 Timoteo 4:6-8 (Los hechos de los apóstoles, pp. 408, 409).

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