Jueves 29 de febrero – SACERDOTE ETERNO SEGÚN EL ORDEN DE MELQUISEDEC – ¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR!

¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR! “La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la…

 Jueves 29 de febrero – SACERDOTE ETERNO SEGÚN EL ORDEN DE MELQUISEDEC – ¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR!

¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR!

“La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la piedra angular. Obra del Señor es esto, es una maravilla a nuestros ojos” (Sal. 118:22, 23).

Jueves: 29 de febrero

SACERDOTE ETERNO SEGÚN EL ORDEN DE MELQUISEDEC

Lee Salmo 110:4 al 7. ¿En qué sentido es único el sacerdocio de Cristo, y qué gran esperanza podemos encontrar en el sacerdocio celestial de Cristo?

 

Salmo 110:4-7

Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre Según el orden de Melquisedec. El Señor está a tu diestra; Quebrantará a los reyes en el día de su ira. Juzgará entre las naciones, Las llenará de cadáveres; Quebrantará las cabezas en muchas tierras. Del arroyo beberá en el camino, Por lo cual levantará la cabeza.

Dios dota al Mesías de una realeza eterna (Sal. 110:1-3) y de un sacerdocio de rango superior, el orden de Melquisedec (Sal. 110:4-7). El Señor sella su palabra con una promesa solemne (Heb. 6:18). El juramento de Dios de no cejar en su empeño de darnos un Sacerdote perfecto es una señal de su gracia. Los pecados y las rebeliones abiertas de la gente hacen que Dios abandone constantemente a su pueblo, pero el juramento de Dios es inmutable y garantiza la gracia de Dios al revocar su juicio sobre el pueblo arrepentido (Éxo. 32:14; Sal. 106:45).

El juramento divino introduce un elemento novedoso en el pacto davídico, al declarar que el Mesías Rey es también Sacerdote (Sal. 110:4). Los reyes de Israel nunca pudieron ejercer como sacerdotes levitas (Núm. 8:19; 2 Crón. 26:1621). Cuando la Escritura menciona a reyes o pueblos que ofrecen sacrificios, implica que ellos llevaban los sacrificios a los sacerdotes, quienes realmente los ofrecían. Salmo 110 distingue al Mesías Rey de los demás reyes y sacerdotes de Israel. El sacerdocio eterno de Cristo deriva de Melquisedec, quien era a la vez rey de Salem (Jerusalén) y sacerdote del “Dios Altísimo” (Gén. 14:18-20). El Antiguo Testamento nunca habla del rey David ni de ningún otro rey israelita como poseedores del sacerdocio según el orden de Melquisedec, excepto en Salmo 110. Es evidente que este salmo habla del sacerdocio de Melquisedec. Claramente, el salmo habla de un rey-sacerdote distintivo en la historia de Israel.

Lee Hebreos 7:20 al 28. ¿Cuáles son algunas de las implicaciones del sacerdocio superior de Cristo?

 

Hebreos 7:20-28

20 Y esto no fue hecho sin juramento; 21 porque los otros ciertamente sin juramento fueron hechos sacerdotes; pero este, con el juramento del que le dijo: Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec. 22 Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. 23 Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; 24 mas este, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; 25 por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. 26 Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; 27 que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. 28 Porque la ley constituye sumos sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre.

Al ser a la vez Rey divino y Sacerdote eterno, Cristo tiene una superioridad sin precedentes sobre los sacerdotes y los reyes humanos; por lo tanto, podemos tener esperanza. Cristo sostiene un pacto superior que se basa en el juramento de Dios, y no en promesas humanas. Él ejerce su ministerio en el Santuario celestial. Su sacerdocio no se ve afectado por el pecado ni por la muerte, como el de los sacerdotes humanos, y por eso puede interceder por su pueblo y salvarlo por siempre. La obra reconciliadora de Cristo como Sacerdote perfecto y compasivo le da a su pueblo la seguridad duradera de permanecer ante la  presencia misma de Dios (Heb. 6:19, 20). El sacerdocio real de Cristo abolirá el dominio del mal, no solamente en el corazón de las personas, sino también en el mundo. Cumplirá la promesa de Salmo 2 de que toda nación y todo gobernante estarán sujetos al juicio real de Cristo Jesús (Sal. 2:6-9; 110:1, 2, 5, 6). El maravilloso sacerdocio real de Jesús reclama nuestras obediencia y confianza absolutas.

Comentarios Elena G.W

Fue la obra de Cristo presentar la verdad en el marco del evangelio y revelar los preceptos y principios que había dado al hombre caído. Cada idea que presentó Cristo era propia de él. No necesitó tomar prestados los pensamientos de nadie, porque era el originador de toda verdad. Podía presentar las ideas de los profetas y de los filósofos, y preservar la originalidad de él, pues era suya toda la sabiduría. Él era el manantial, la fuente de toda verdad. Llevaba la delantera a todos, y por su enseñanza llegó a ser el dirigente espiritual para todos los siglos.

Fue Cristo el que habló mediante Melquisedec, el sacerdote del Dios altísimo. Melquisedec no era Cristo, sino la voz de Dios en el mundo, el representante del Padre. Y Cristo ha hablado a través de todas las generaciones del pasado. Cristo ha guiado a su pueblo y ha sido la luz del mundo (Mensajes selectos, t. 1, p. 479).

[E]n el niño de Belén estaba velada la gloria ante la cual los ángeles se postran. Este niño inconsciente era la Simiente prometida, señalada por el primer altar erigido ante la puerta del Edén. Era Shiloh, el pacificador. Era Aquel que se presentara a Moisés como el YO SOY. Era Aquel que, en la columna de nube y de fuego, había guiado a Israel. Era Aquel, que de antiguo predijeran los videntes. Era el Deseado de todas las gentes, la Raíz, la Posteridad de David, la brillante Estrella de la Mañana. El nombre de aquel niñito impotente, inscrito en el registro de Israel como Hermano nuestro, era la esperanza de la humanidad caída. El niño por quien se pagara el rescate era Aquel que había de pagar la redención de los pecados del mundo entero. Era el verdadero «gran sacerdote sobre la casa de Dios», la cabeza de «un sacerdocio inmutable», el intercesor «a la diestra de la Majestad en las alturas». Hebreos 10:28; 7:24; 1:3 (El Deseado de todas las gentes, p. 36).

El arco iris rodea el trono como una seguridad de que Dios es verdadero, que en él no hay mudanza ni sombra de variación. Hemos pecado contra él, y somos indignos de su favor… Cuando venimos a él confesando nuestra indignidad y pecado, él se ha comprometido a atender nuestro clamor. El honor de su trono está empeñado en el cumplimiento de la palabra que nos ha dado.

A semejanza de Aarón, que simbolizaba a Cristo, nuestro Salvador lleva los nombres de todos sus hijos sobre su corazón en el Lugar Santo. Nuestro gran sumo sacerdote recuerda todas las palabras por medio de las cuales nos ha animado a confiar. Nunca olvida su pacto.

Todo el que pida recibirá. A todo el que llame se le abrirá. No se presentará la excusa: No me seas molesto; la puerta está ya cerrada; no quiero abrirla. A nadie se le dirá jamás: No puedo ayudarte (Palabras de vida del gran Maestro, p. 114).

Elena G.W

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