Jueves 7 de marzo – LA SUPREMACÍA DEL SEÑOR EN LA HISTORIA – LECCIONES DEL PASADO

LECCIONES DEL PASADO “Lo que hemos oído y entendido, que nuestros padres nos contaron. No las ocultaremos a sus hijos,…

 Jueves 7 de marzo – LA SUPREMACÍA DEL SEÑOR EN LA HISTORIA – LECCIONES DEL PASADO

LECCIONES DEL PASADO

“Lo que hemos oído y entendido, que nuestros padres nos contaron. No las ocultaremos a sus hijos, contaremos a la generación venidera las alabanzas del Señor, su fortaleza y las maravillas que hizo” (Sal. 78:3, 4).

Jueves: 7 de marzo

LA SUPREMACÍA DEL SEÑOR EN LA HISTORIA

Lee Salmo 135. ¿Qué acontecimientos históricos se destacan en este salmo? ¿Qué lecciones extrae de ellos el salmista?

 

Salmo 135

1 Alabad el nombre de Jehová; Alabadle, siervos de Jehová; Los que estáis en la casa de Jehová, En los atrios de la casa de nuestro Dios. Alabad a JAH, porque él es bueno; Cantad salmos a su nombre, porque él es benigno. Porque JAH ha escogido a Jacob para sí, A Israel por posesión suya. Porque yo sé que Jehová es grande, Y el Señor nuestro, mayor que todos los dioses. Todo lo que Jehová quiere, lo hace, En los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos. Hace subir las nubes de los extremos de la tierra; Hace los relámpagos para la lluvia; Saca de sus depósitos los vientos. Él es quien hizo morir a los primogénitos de Egipto, Desde el hombre hasta la bestia. Envió señales y prodigios en medio de ti, oh Egipto, Contra Faraón, y contra todos sus siervos. 10 Destruyó a muchas naciones, Y mató a reyes poderosos; 11 A Sehón rey amorreo, A Og rey de Basán, Y a todos los reyes de Canaán. 12 Y dio la tierra de ellos en heredad, En heredad a Israel su pueblo. 13 Oh Jehová, eterno es tu nombre; Tu memoria, oh Jehová, de generación en generación. 14 Porque Jehová juzgará a su pueblo, Y se compadecerá de sus siervos. 15 Los ídolos de las naciones son plata y oro, Obra de manos de hombres. 16 Tienen boca, y no hablan; Tienen ojos, y no ven; 17 Tienen orejas, y no oyen; Tampoco hay aliento en sus bocas. 18 Semejantes a ellos son los que los hacen, Y todos los que en ellos confían. 19 Casa de Israel, bendecid a Jehová; Casa de Aarón, bendecid a Jehová; 20 Casa de Leví, bendecid a Jehová; Los que teméis a Jehová, bendecid a Jehová. 21 Desde Sion sea bendecido Jehová, Quien mora en Jerusalén. Aleluya.

Salmo 135 convoca al pueblo de Dios a alabar al Señor por su bondad y su fidelidad demostradas en la Creación (Sal. 135:6, 7), en la historia de la salvación de Israel en la época del Éxodo (Sal. 135:8, 9) y en la conquista de la Tierra Prometida (Sal. 135:10-12).

El Señor demostró su gracia al elegir al pueblo de Israel como su tesoro especial (Sal. 135:4, NTV). El término “tesoro especial” se refiere a la peculiar relación de pacto entre el Señor y su pueblo (Deut. 7:6-11; 1 Ped. 2:9, 10). La elección de Israel se basó en la voluntad soberana del Señor y, por lo tanto, Israel no tiene motivos para sentirse superior a los demás pueblos. Salmo 135:6 y 7 demuestra que los propósitos soberanos del Señor para el mundo no comenzaron con Israel, sino con la Creación. Por lo tanto, Israel debe cumplir humildemente el papel que le ha sido asignado en los propósitos salvíficos de Dios para el mundo entero.

El relato de los grandes hechos de Dios en favor de su pueblo (Sal. 135:8-13) culmina con la promesa de que Dios lo “vindicará” y tendrá compasión de él (Sal. 135:14). Se refiere aquí a la vindicación por parte de Dios de los oprimidos y los desposeídos (Sal. 9:4; 7:8; 54:1; Dan. 7:22). La promesa es que el Señor sostendrá la causa de su pueblo y lo defenderá (Deut. 32:36). Así, Salmo 135 busca inspirar al pueblo de Dios para que confíe en el Señor y permanezca fiel al pacto con él.

La fidelidad del Señor para con su pueblo lleva al salmista a afirmar la insignificancia de los ídolos y la supremacía única del Señor en el mundo (Sal. 135:15-18). La dependencia de los ídolos hace que sus adoradores sean tan desesperanzados e impotentes como aquellos (Sal. 135:18). El salmo demuestra que Dios debe ser alabado como Creador y Salvador de su pueblo. Esto se transmite de manera maravillosa en las dos versiones complementarias del cuarto Mandamiento del Decálogo (Éxo. 20:8-11; Deut. 5:12-15). Dado que el poder de Dios en la Creación y en la historia no tiene parangón en el mundo, el pueblo de Dios debe confiar siempre en él y adorarlo únicamente a él. Como nuestro Creador y Redentor, solo a él debemos adorar. En consecuencia, adorar cualquier otra cosa, o a cualquier otra persona, es idolatría.

¿Cómo podemos asegurarnos de no tener “ídolos” en nuestra vida? ¿Por qué la idolatría es más fácil de lo que pensamos?

Comentarios Elena G.W

De una raza de esclavos, los israelitas fueron ascendidos sobre todos los pueblos, para ser el tesoro peculiar del Rey de reyes. Dios los separó del mundo, para confiarles una responsabilidad sagrada. Los hizo depositarios de su ley, y era su propósito preservar entre los hombres el conocimiento de sí mismo por medio de ellos. En esa forma la luz del cielo había de alumbrar a todo un mundo que estaba envuelto en tinieblas, y se oiría una voz que invitaría a todos los pueblos a dejar su idolatría y servir al Dios viviente. Si eran fieles a su responsabilidad, los israelitas llegarían a ser una potencia en el mundo. Dios sería su defensa y los elevaría sobre todas las otras naciones. Su luz y su verdad serían reveladas por medio de ellos, y se destacarían bajo su santa y sabia soberanía como un ejemplo de la superioridad de su culto sobre toda forma de idolatría (Historia de los patriarcas y profetas, p. 324).

Por sus pecados fueron los israelitas separados de Dios; su fuerza les fue quitada y no pudieron ya prevalecer contra sus enemigos. Así fueron sometidos a las mismas naciones que ellos pudieron haber subyugado con la ayuda de Dios.

«Dejaron a Jehová el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto», «y llevólos por el desierto, como un rebaño… Y enojáronlo con sus altos, y provocáronlo a celo con sus esculturas… Dejó por tanto el tabernáculo de Silo, la tienda en que habitó entre los hombres; y dio en cautividad su fortaleza, y su gloria en manos del enemigo». Jueces 2:12; Salmo 78:52, 58, 60, 61.

No obstante, Dios no abandonó por completo a su pueblo. Siempre hubo un remanente que permanecía fiel a Jehová; y de vez en cuando el Señor suscitaba hombres fieles y valientes para que destruyeran la idolatría y libraran a los israelitas de sus enemigos. Pero cuando el libertador moría, y el pueblo quedaba libre de su autoridad, volvía gradualmente a sus ídolos. Y así esa historia de apostasía y castigo, de confesión y liberación, se repitió una y otra vez (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 587, 588).

La causa de Dios debe ocupar el primer lugar en nuestros planes y afectos. Se necesita presentar un mensaje directo concerniente a la complacencia del yo mientras la causa de Dios carece de recursos. Algunos están tan fríos y apartados que no comprenden que están fijando sus afectos sobre tesoros terrenales que pronto serán barridos para siempre. El amor al mundo los está trabando como un grueso vestido; y a menos que cambien su proceder, nunca sabrán cuán preciosa es la práctica de la abnegación por amor a Cristo. Todos nuestros ídolos, nuestro amor al mundo, deben ser expulsados del corazón…

Ojalá que se levantaran de su letargo espiritual y se familiarizaran con Dios. El mundo está cerrando sus ojos para que no vean a Aquel que es invisible. Son incapaces de discernir las cosas más preciosas que son de interés eterno, pero ven la verdad de Dios en una luz tan débil que llega a parecerles de poquísimo valor. La partícula más ínfima relacionada con sus intereses temporales asume proporciones gigantescas, mientras los asuntos concernientes a la eternidad escapan a su noticia (Consejos sobre mayordomía cristiana, pp. 232, 233).

Elena G.W

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