Lunes 1 de enero – CONOZCAMOS A LOS SALMISTAS – CÓMO LEER SALMOS

CÓMO LEER SALMOS “Después les dijo: ‘Estas son las palabras que les hablé cuando estaba aún con ustedes; que era…

 Lunes 1 de enero – CONOZCAMOS A LOS SALMISTAS – CÓMO LEER SALMOS

CÓMO LEER SALMOS

“Después les dijo: ‘Estas son las palabras que les hablé cuando estaba aún con ustedes; que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos’. Entonces les abrió el sentido, para que entendiesen las Escrituras” (Luc. 24:44, 45).

Lunes: 1 de enero

CONOZCAMOS A LOS SALMISTAS

El rey David, cuyo nombre aparece en los títulos de la mayoría de los salmos, participó activamente en la organización de la liturgia del culto de Israel. Se lo llama “el dulce cantor de Israel” (2 Sam. 23:1). El Nuevo Testamento atestigua la autoría davídica de varios salmos (Mat. 22:43-45; Hech. 2:25-29, 34, 35; 4:25; Rom. 4:6-8). Muchos salmos fueron compuestos por los músicos del Templo, que también eran levitas: por ejemplo, Salmo 50 y Salmos 73 a 83, por Asaf; Salmo 42, Salmos 44 a 47, Salmo 49, Salmo 84, Salmo 85 y Salmo 88, por los hijos de Coré; Salmo 88, por Hemán el ezraíta; y Salmo 89, por Etán el ezraíta. Además de ellos, Salomón (Sal 72; 127) y Moisés (Sal. 90) fueron autores de algunos salmos.

Lee Salmos 25:1 al 5; 42:1; 75:1; 77:1; 84:1 y 2; 88:1 al 3; y 89:1. ¿Qué revelan estos salmos sobre las experiencias que vivieron sus autores?

 

Salmos 25:1-5

1 A ti, oh Jehová, levantaré mi alma. Dios mío, en ti confío; No sea yo avergonzado, No se alegren de mí mis enemigos. Ciertamente ninguno de cuantos esperan en ti será confundido; Serán avergonzados los que se rebelan sin causa. Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; Enséñame tus sendas. Encamíname en tu verdad, y enséñame, Porque tú eres el Dios de mi salvación; En ti he esperado todo el día.

 

Salmos 42:1

1 Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía.

 

Salmos 75:1

1 Gracias te damos, oh Dios, gracias te damos, Pues cercano está tu nombre; Los hombres cuentan tus maravillas.

 

Salmos 77:1

1 Con mi voz clamé a Dios, A Dios clamé, y él me escuchará.

 

Salmos 84:1-2

1 ¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos! Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo.

 

Salmos 88:1-3

1 Oh Jehová, Dios de mi salvación, Día y noche clamo delante de ti. Llegue mi oración a tu presencia; Inclina tu oído a mi clamor. Porque mi alma está hastiada de males, Y mi vida cercana al Seol.

 

Salmos 89:1

1 Las misericordias de Jehová cantaré perpetuamente; De generación en generación haré notoria tu fidelidad con mi boca.

El Espíritu Santo inspiró a los salmistas y utilizó sus talentos al servicio de Dios y de su comunidad de fe. Los salmistas eran personas de genuina devoción y profunda fe y, sin embargo, propensas a desalientos y tentaciones, como el resto de nosotros. Aunque escritos hace mucho tiempo, los salmos reflejan seguramente algo de lo que experimentamos hoy.

“Llegue mi oración a tu presencia, inclina tu oído a mi clamor. Porque saturado estoy de males, y mi vida está al borde del sepulcro” (Sal. 88:2, 3). Este es el clamor del alma del siglo XXI tanto como el de alguien de hace tres mil años.

Algunos salmos mencionan las dificultades; otros se centran en las alegrías. Los salmistas clamaron a Dios para que los salvara, y experimentaron su inmerecido favor. Glorificaron a Dios por su fidelidad y amor, y le prometieron su incansable devoción. Los salmos son, pues, testimonios de la redención divina y signos de la gracia y la esperanza de Dios. Los salmos transmiten una promesa divina a todos los que abrazan, por la fe, los dones divinos del perdón y de una vida nueva. Pero, al mismo tiempo, no tratan de encubrir, ocultar ni restarles importancia a las dificultades y el sufrimiento que prevalecen en un mundo caído.

¿Cómo podemos encontrar esperanza y consuelo sabiendo que incluso personas fieles, como los salmistas, lucharon con algunas de las mismas cosas que nosotros?

Comentarios Elena G.W

David, en la belleza y el vigor de su juventud, se preparaba para ocupar una elevada posición entre los más nobles de la tierra. Empleaba sus talentos, como dones preciosos de Dios, para alabar la gloria del divino Dador. Las oportunidades que tenía de entregarse a la contemplación y la meditación sirvieron para enriquecerle con aquella sabiduría y piedad que hicieron de él el amado de Dios y de los ángeles. Mientras contemplaba las perfecciones de su Creador, se revelaban a su alma concepciones más claras de Dios. Temas que antes le eran obscuros, se aclaraban para él con luz meridiana, se allanaban las dificultades, se armonizaban las perplejidades, y cada nuevo rayo de luz le arrancaba nuevos arrobamientos e himnos más dulces de devoción, para gloria de Dios y del Redentor. El amor que le inspiraba, los dolores que le oprimían, los triunfos que le acompañaban, eran temas para su pensamiento activo; y cuando contemplaba el amor de Dios en todas las providencias de su vida, el corazón le latía con adoración y gratitud más fervientes, su voz resonaba en una melodía más rica y más dulce; su arpa era arrebatada con un gozo más exaltado; y el pastorcillo procedía de fuerza en fuerza, de sabiduría en sabiduría; pues el Espíritu del Señor le acompañaba (Historia de los patriarcas y profetas, p. 695).

Encuentro continuamente mi fortaleza en Dios. Mi dependencia no debe vacilar. Ningún instrumento humano debe interponerse entre mi alma y mi Dios. El Señor es nuestra única esperanza. Confío en él, y él nunca, no nunca, me chasqueara. Hasta aquí me ha ayudado cuando estaba muy desanimada.

Agradeceré al Señor y alabare su santo nombre. Alabare al Señor porque puedo confiar en el en todo tiempo. Él es mi salvación, y mi torre de fortaleza a la que puedo correr en busca de seguridad. El comprende mis necesidades y me iluminara para que yo pueda reflejar luz sobre otros. No fracasare ni me desanimare. Espero que tú, mi Padre celestial, me concedas fortaleza y gracia. Alabaré al Señor continuamente, y no esperare hasta tener un sentimiento feliz. Entonces alabaré al Señor, porque él es bueno, y sus misericordias me acompañaran mañana, tarde y noche. Una sensación de felicidad no es evidencia. Su Palabra es mi seguridad (That I May Know Him, p. 266; parcialmente en A fin de conocerle, p. 268).

El Señor dio su Palabra justamente en la forma en que quería que viniera. La dio mediante diferentes autores, cada uno con su propia individualidad, aunque trataron el mismo relato. Sus testimonios se reúnen en un Libro y son como los testimonios en una reunión social. No representan las cosas justamente en el mismo estilo. Cada uno tiene su propia experiencia, y esta diversidad amplía y profundiza el conocimiento que es presentado para suplir las necesidades de diversas mentes. Los pensamientos expresados no tienen una uniformidad establecida, como si hubieran sido vertidos en un molde de hierro, haciendo monótono el oírlos. En una uniformidad tal, habría una pérdida de gracia y de belleza peculiar (Mensajes selectos, t 1, p. 25).

Elena G.W

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