Lunes 26 de febrero – EL MESÍAS SUFRIENTE – ¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR!

¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR! “La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la…

 Lunes 26 de febrero – EL MESÍAS SUFRIENTE – ¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR!

¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR!

“La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la piedra angular. Obra del Señor es esto, es una maravilla a nuestros ojos” (Sal. 118:22, 23).

Lunes 26 de febrero

EL MESÍAS SUFRIENTE

Lee Salmos 22 y 118:22. ¿Cómo trataron al Mesías aquellos a quienes él había venido a salvar?

 

Salmos 22

1 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes; Y de noche, y no hay para mí reposo. Pero tú eres santo, Tú que habitas entre las alabanzas de Israel. En ti esperaron nuestros padres; Esperaron, y tú los libraste. Clamaron a ti, y fueron librados; Confiaron en ti, y no fueron avergonzados. Mas yo soy gusano, y no hombre; Oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. Todos los que me ven me escarnecen; Estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él; Sálvele, puesto que en él se complacía. Pero tú eres el que me sacó del vientre; El que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre. 10 Sobre ti fui echado desde antes de nacer; Desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios. 11 No te alejes de mí, porque la angustia está cerca; Porque no hay quien ayude. 12 Me han rodeado muchos toros; Fuertes toros de Basán me han cercado. 13 Abrieron sobre mí su boca Como león rapaz y rugiente. 14 He sido derramado como aguas, Y todos mis huesos se descoyuntaron; Mi corazón fue como cera, Derritiéndose en medio de mis entrañas. 15 Como un tiesto se secó mi vigor, Y mi lengua se pegó a mi paladar, Y me has puesto en el polvo de la muerte. 16 Porque perros me han rodeado; Me ha cercado cuadrilla de malignos; Horadaron mis manos y mis pies. 17 Contar puedo todos mis huesos; Entre tanto, ellos me miran y me observan. 18 Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes. 19 Mas tú, Jehová, no te alejes; Fortaleza mía, apresúrate a socorrerme. 20 Libra de la espada mi alma, Del poder del perro mi vida. 21 Sálvame de la boca del león, Y líbrame de los cuernos de los búfalos. 22 Anunciaré tu nombre a mis hermanos; En medio de la congregación te alabaré. 23 Los que teméis a Jehová, alabadle; Glorificadle, descendencia toda de Jacob, Y temedle vosotros, descendencia toda de Israel. 24 Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, Ni de él escondió su rostro; Sino que cuando clamó a él, le oyó. 25 De ti será mi alabanza en la gran congregación; Mis votos pagaré delante de los que le temen. 26 Comerán los humildes, y serán saciados; Alabarán a Jehová los que le buscan; Vivirá vuestro corazón para siempre. 27 Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, Y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti. 28 Porque de Jehová es el reino, Y él regirá las naciones. 29 Comerán y adorarán todos los poderosos de la tierra; Se postrarán delante de él todos los que descienden al polvo, Aun el que no puede conservar la vida a su propia alma. 30 La posteridad le servirá; Esto será contado de Jehová hasta la postrera generación. 31 Vendrán, y anunciarán su justicia; A pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto.

 

Salmos 118:22

22 La piedra que desecharon los edificadores Ha venido a ser cabeza del ángulo.

Muchos salmos expresan los sentimientos agónicos de máximo desamparo del Mesías sufriente (por ejemplo, Sal. 42; 88; 102). Salmo 22 es una profecía mesiánica directa, porque muchos detalles de este salmo no se pueden relacionar históricamente con el rey David, sino que encajan perfectamente con las circunstancias de la muerte de Cristo. Jesús oró con las palabras de Salmo 22:1 en la cruz (Mat. 27:46).

El tormento de la separación de su Padre que sufrió Cristo, a causa de que el Salvador cargó con los pecados de todo el mundo, solo puede medirse por el alcance del estrecho vínculo que tenían; es decir, su unidad sin parangón (Juan 1:1, 2; 10:30). Sin embargo, ni siquiera las profundidades del sufrimiento inexplicable pudieron romper la unidad entre el Padre y el Hijo. En su total abandono, Cristo se encomienda incondicionalmente al Padre, a pesar de las profundidades de la desesperación a las que se enfrentaba.

“Sobre Cristo como Sustituto y Garante de nosotros fue puesta la iniquidad de todos nosotros. Fue contado por transgresor, para que pudiese redimirnos de la condenación de la Ley. La culpabilidad de cada descendiente de Adán abrumó su corazón. La ira de Dios contra el pecado, la terrible manifestación de su desagrado por causa de la iniquidad, llenó de consternación el alma de su Hijo” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 701).

Las imágenes amenazantes de toros fuertes, leones rugientes y perros resaltan la crueldad y la animosidad que soportó Cristo (a quien se compara con un gusano inofensivo e indefenso) en sus horas finales a manos del pueblo. Con asombrosa exactitud, Salmo 22 transmite los comentarios venenosos de la multitud que se burló de las palabras que Jesús mismo había elevado al Padre (Sal. 22:1, 8; Mat. 27:43) y de los soldados, que se repartieron las vestiduras de Jesús (Sal. 22:18; Mat. 27:35). Poco comprendía entonces el pueblo que el “gusano” que pretendían aplastar se convertiría en la principal “piedra angular” del Templo, para proteger sus cimientos (Sal. 118:22).

Sin embargo, el Mesías rechazado se convirtió en la fuente de la salvación para el pueblo de Dios tras su resurrección de entre los muertos (Mat. 21:42; Hech. 4:10-12). Cristo sufrió el rechazo de la humanidad, pero Dios glorificó a su Hijo al convertirlo en la “piedra angular” viva del Templo espiritual de Dios (Efe. 2:20-22; 1 Ped. 2:4-8). Para quienes rechacen esta Piedra, es decir, al medio de salvación de Dios, esta se convertirá en el agente del Juicio (Isa. 8:14; Mat. 21:44).

Jesús, en la Cruz, pagó en sí mismo la pena por cada pecado que tú hayas cometido. ¿Cómo debería influir sobre tu vida actual el hecho de que él sufriera en tu nombre? Es decir, ¿por qué el pecado te debería parecer tan aborrecible?

Comentarios Elena G.W

Mediante el salmista, Cristo había predicho el trato que iba a recibir de los hombres: «Yo soy oprobio de los hombres, y desecho del pueblo. Todos los que me ven, escarnecen de mí; estiran los labios, menean la cabeza, diciendo: Remítese a Jehová, líbrelo; sálvele, puesto que en él se complacía». «Contar puedo todos mis huesos; ellos miran, considéranme. Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes». «He sido extrañado de mis hermanos, y extraño a los hijos de mi madre. Porque me consumió el celo de tu casa; y los denuestos de los que te vituperaban, cayeron sobre mí». «La afrenta ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado: y esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo: y consoladores, y ninguno hallé». Salmo 22:6-8, 17, 18; 69:8, 9, 20 (Los hechos de los apóstoles, pp. 182, 183).

Los hombres, a quienes Dios había creado, y que dependían de él en cada momento de su vida, que pretendían ser hijos de Abraham, llevaron a cabo la ira de Satanás contra el inocente Hijo del Dios infinito. Mientras Cristo estaba llevando la pesada culpabilidad provocada por la transgresión de la ley, mientras estaba precisamente en el acto de llevar nuestros pecados, fue mofado… por los principales sacerdotes y gobernantes… Fue allí [en la cruz] donde la misericordia y la verdad se encontraron, donde la justicia y la paz se abrazaron. Aquí hay un tema que todos necesitan entender. Aquí hay longuras, anchuras, profundidades y alturas que sobrepujan todo cómputo.

El carácter de Cristo es infinitamente perfecto. La Palabra lo revela. Es alzado y proclamado como el Único, que dio su vida por la vida del mundo… Cristo dio su vida para que todos los desleales y desobedientes pudieran comprender la verdad de la promesa dada en el primer capítulo de Juan: «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios». Juan 1:12. Repetid esto vez tras vez. Podemos llegar a ser hijos de Dios, miembros de la familia real, hijos del Rey celestial. Todos los que aceptan a Jesucristo y mantienen firmemente el principio de su confianza hasta el fin, serán los herederos de Dios y coherederos con Cristo (That I May Know Him, p. 70; parcialmente en A fin de conocerle, p. 72).

Cuando el pecador capta una visión de los inigualables encantos de Jesús, el pecado ya no le parece atractivo, pues contempla al «Señalado entre diez mil», «todo él codiciable». Cantares 5:10, 16. Percibe por experiencia personal el poder del evangelio, cuya amplitud de designio es solo igualado por lo precioso de su propósito (Reflejemos a Jesús, p. 68).

Elena G.W

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