Cristo en la cruz no sólo atrae a los hombres para que se arrepientan delante de Dios por las
transgresiones de su ley -pues Dios a quienes perdona hace que primero se arrepientan-, sino que
Cristo ha satisfecho la justicia; se ha ofrecido a sí mismo como expiación. Su sangre derramada,
su cuerpo quebrantado, satisfacen las demandas de la ley transgredida, y así salva con un puente
el abismo que ha hecho el pecado. Sufrió en la carne para que con su cuerpo magullado y
quebrantado pudiera amparar al pecador indefenso. La victoria obtenida por su muerte en el
Calvario quebrantó para siempre el poder acusador de Satanás sobre el universo, y silenció su
acusación de que la abnegación era imposible en Dios y que, por lo tanto, no es esencial en la
familia humana.
Todos los que quieran pueden ser vencedores. Esforcémonos fervientemente para alcanzar la
norma puesta delante de nosotros. Cristo conoce nuestra debilidad, y a él podemos ir diariamente
en busca de ayuda. No es necesario que ganemos fortaleza para un mes por adelantado. Debemos
vencer día tras día.
Nos convertimos en vencedores ayudando a otros a vencer por medio de la sangre del Cordero y
la palabra de nuestro testimonio. La observancia de los mandamientos de Dios producirá en
nosotros un espíritu obediente, y Dios puede aceptar el servicio que es hijo de tal espíritu
(Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 7, p. 985).
Satanás aparece frecuentemente como un ángel de luz, ataviado con el uniforme del cielo; asume
un aire amistoso, manifestando gran santidad de carácter y alta consideración por sus víctimas, las
almas que se propone engañar y destruir. Yacen peligros en la senda que él invita a las almas a
recorrer, pero tiene éxito en encubrirlos y presenta sólo las atracciones. El gran Capitán de nuestra
salvación ha vencido en nuestro favor, para que a través de él podamos ser vencedores, si así lo
queremos. Pero Cristo no salva a nadie en contra de su decisión; no obliga a nadie a obedecer.
Hizo el sacrificio infinito para que podamos vencer en su nombre y para que su justicia nos sea
imputada (Testimonios para la iglesia, t. 3, pp. 501, 502).
La luz de la cruz del Calvario resplandece ahora en rayos claros y brillantes, que revelan a Jesús
como nuestro sacrificio por el pecado. Mientras lea las promesas que le he presentado, recuerde
que son la expresión de un amor y una compasión inefables. El gran corazón lleno de un amor
infinito se siente atraído hacia el pecador con compasión ilimitada. “Tenemos redención por su
sangre, la remisión de pecados” Efesios 1:7. Sí, crea tan sólo que Dios es su auxiliador. Quiere
restaurar en el hombre su imagen moral. En la medida en que usted se acerque a él con confesión
y arrepentimiento, él se acercará a usted con misericordia y perdón. Todo lo debemos al Señor. Es
el Autor de nuestra salvación. Mientras obra su propia salvación con temor y temblor, “Dios es el
que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Filipenses 2:13
(Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 597).