En 2020, un virus terrible paralizó al mundo. Nada positivo puedo decir de él, pero en el interés que sentí por saber más para protegerme mejor, aprendí algo interesante sobre los virus. Quiero compartirlo hoy contigo, porque una imagen vale más que mil palabras cuando de obtener enseñanzas espirituales se trata. Verás, las infecciones virales fuerzan a nuestro organismo a producir mucosidad para crear un ambiente en el cual puedan sobrevivir y extenderse.
Para combatir el virus, hay que cambiar el ambiente; por eso el médico nos receta una medicina que destruye las condiciones que el virus creó. Es decir: se mata un virus cambiando el ambiente en el que prolifera. Igual sucede con las infecciones urinarias: en un ambiente ácido proliferan las bacterias que las producen, por eso hay que ingerir algo que cambie el PH del medio.
No sé cómo son los ambientes en que te desenvuelves tú cada día. No sé cómo es la empresa donde trabajas, la iglesia de la que eres miembro, los familiares con quien convives, las amistades con las que pasas tiempo libre…; pero sí conozco la humanidad lo suficiente para saber que diversos virus proliferan en todos ellos: chismes, mentiras, manipulaciones, envidias, desavenencias…
Tienes dos opciones: no hacer nada (o sea, ayudar a que los virus sigan proliferando a gusto en el ambiente que ellos mismos crearon), o aportar algo que cambie el entorno, de tal manera que esos virus no proliferen más y haya esperanza de cortarles el avance. Sé que es difícil ser una influencia que lucha contra la corriente, pero es, en esencia, lo que hemos sido llamadas a ser: la sal de la tierra; la luz del mundo; el medicamento que cambia el ambiente y el PH del medio.
Existen muchos tipos de influencia, pero la que realmente cambia el entorno es la del carácter. El evangelio practicado en la vida de una cristiana auténtica es un poderoso antídoto contra los virus que proliferan incluso en la iglesia. Las palabras sobran si nuestro carácter no aporta esa chispa de sal que derrite, con el atractivo de la humildad, el hielo que hace poso en los corazones cínicos y endurecidos. Solo hay una manera de destruir las condiciones que el pecado ha generado: integrando en nuestro carácter el antivirus de la fe sencilla que obra por el amor.
¿Qué influencia ejerces? Jesucristo ha sido la mayor influencia para el bien, la salud y la felicidad que este mundo haya conocido; acudir a él cada mañana es el primer paso para que tú seas una chispita de sal que contrarreste el mal sabor de un entorno donde proliferan los virus.
“Ustedes son la sal de este mundo. Pero si la sal deja de estar salada, […] ya no sirve para nada” (Mat. 5:13)