Después de la caída de nuestros primeros padres, Cristo declaró que a fin de salvar al hombre de la penalidad del pecado, él vendría al mundo para vencer a Satanás en el propio campo de batalla del enemigo. La controversia que comenzó en el cielo habría de continuar en la tierra.
En este conflicto se iban a decidir muchas cosas. Vastos intereses estaban en juego. Ante los habitantes del universo celestial habrían de responderse las preguntas: “¿Es imperfecta la ley de Dios, necesita arreglos o anulación, o es inmutable? ¿Necesita el gobierno de Dios un cambio, o es estable?”…
La seriedad del conflicto por el que Cristo pasó fue proporcional a la dimensión de los intereses involucrados en su éxito o fracaso…Satanás buscaba vencer a Cristo, a fin de que él pudiera continuar reinando en este mundo como el gobernante supremo… El Padre, el Hijo y Lucifer han dejado aclarada su auténtica relación mutua. Dios ha dado evidencias indiscutibles de su justicia y su amor (Reflejemos a Jesús, 13 de febrero, p. 50).
Jesús nos contempla a cada instante. Las nubes que se interponen entre el alma y el Sol de Justicia son permitidas por la providencia de Dios para fortalecer nuestra fe, a fin de que se aferre a las grandes esperanzas, a las seguras promesas que brillan sin ser empañadas a través de las tinieblas de cada tormenta. La fe debe aumentar a través de los conflictos y el sufrimiento. Debemos aprender individualmente a sufrir y a ser fuertes, y a no abatirnos por la debilidad…
Cuando pasamos por pruebas y aflicciones, no significa que tengamos una evidencia de que Jesús no nos ama y bendice. El misericordioso Cordero de Dios identifica sus intereses con los de sus hijos que sufren. Él los guarda en todo momento. Conoce todas sus aflicciones; conoce cada sugestión que hace Satanás, cada duda que tortura el alma… Defiende el caso del que es tentado, del que yerra, y del que carece de fe. Se esfuerza por elevarlos a un compañerismo con él. Su obra consiste en santificar a su pueblo, en limpiarlo, ennoblecerlo y purificarlo, y llenar sus corazones de paz. Así los está preparando para la gloria, el honor y la vida eterna; para una herencia más rica y más perdurable que la de cualquier príncipe terrenal (Nuestra elevada vocación, 17 de noviembre, p. 329).
Están por sobrevenir dificultades muy grandes al mundo, y los instrumentos de Satanás están agitando intensamente los poderes infernales para que produzcan sufrimiento, desastre y ruina. Su obra consiste en acarrear toda la desdicha posible sobre los seres humanos. La tierra es el escenario de su acción, pero es mantenido bajo control. No puede ir más lejos de lo que el Señor le permite…
Jesús vive para interceder por nosotros. Mientras las tinieblas se cierran sobre el mundo, nuestra vida está segura únicamente cuando se oculta con Cristo en Dios. ¡Precioso Salvador! Solamente en él deben concentrarse nuestras esperanzas de vida eterna…La fe ha de atravesar la nube más oscura (That I May Know Him, p.284, parcialmente en A fin de conocerle, 5 de octubre, p. 282).