Sábado 6 de enero – ENSÉÑANOS A ORAR

ENSÉÑANOS A ORAR “Un día estaba Jesús orando en un lugar y, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:…

 Sábado 6 de enero – ENSÉÑANOS A ORAR

ENSÉÑANOS A ORAR

“Un día estaba Jesús orando en un lugar y, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: ‘Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos’ ” (Luc. 11:1).

Sábado: 6 de enero

ENSÉÑANOS A ORAR

La creencia de que únicamente la oración espontánea es real (no la oración de memoria) parece prevalecer entre algunos cristianos. Sin embargo, los discípulos de Jesús se sintieron inmensamente recompensados cuando le pidieron que les enseñara a orar. Dios colocó un devocionario, Salmos, en el corazón de la Biblia, no solamente para mostrarnos cómo oraba el pueblo de Dios en la antigüedad, sino también para enseñarnos cómo podemos orar hoy.

Desde la antigüedad, Salmos ha dado forma a las oraciones del pueblo de Dios, incluyendo las de Jesús (1 Crón. 16:7, 9; Neh. 12:8; Mat. 27:46; Efe. 5:19). Esta semana, analizaremos el papel que desempeñaron los salmos para ayudar al pueblo de Dios a transitar su vida de peregrinaje y a crecer en su relación con Dios. Debemos recordar que los salmos son oraciones y, como tales, tienen un valor incalculable, no solo por su información teológica, sino también por el modo en que pueden enriquecer y transformar nuestras oraciones individuales y colectivas.

Orar los salmos ha ayudado a muchos creyentes a establecer y afianzar una vida de oración habitual y satisfactoria.

Esta semana, seguiremos examinando Salmos, especialmente en el contexto de las ocasiones en que las cosas no nos van muy bien.

Comentarios Elena G.W

La oración diaria es algo esencial para el crecimiento en la gracia, aun para la vida espiritual misma, como lo es el alimento temporal para el bienestar físico. Debemos acostumbrarnos a elevar los pensamientos a menudo a Dios en oración. Si la mente vagabundea, debemos volverla de nuevo; por un esfuerzo perseverante, el hábito por fin se impone como algo fácil. No podemos, por un solo momento, separarnos de Cristo con seguridad. Podemos tener su presencia para asistirnos en cada uno de nuestros pasos, pero únicamente al observar las condiciones que él mismo ha establecido.

La religión debe convertirse en la gran ocupación de la vida. Cualquier otra cosa debe ser considerada como subordinada. Todas nuestras facultades, nuestra alma, cuerpo y espíritu, deben empeñarse en la guerra cristiana. Debemos mirar a Cristo para obtener fortaleza y gracia, y ganaremos la victoria tan seguramente como lo hizo Jesús por nosotros (La edificación del carácter, p. 92).

Cristo vino al mundo para salvarlo, para vincular al hombre caído con el Dios infinito. Los seguidores de Cristo han de ser canales de luz. Manteniendo su comunión con Dios, han de transmitir las preciosas bendiciones que reciben del cielo a los que yacen en las tinieblas y el error. Enoc no se dejó contaminar con las iniquidades que prevalecían en sus días; ¿y acaso necesitamos nosotros dejarnos contaminar en los nuestros? Siguiendo el ejemplo de nuestro Maestro, hemos de tener compasión por la humanidad que sufre, piedad por los desafortunados, y mostrarnos generosos y considerados con los sentimientos y necesidades de los menesterosos, y los que están turbados y desesperados.

Los que son cristianos de veras buscarán hacer el bien a los demás y al mismo tiempo pondrán de tal manera en orden su conversación y comportamiento que mantendrán una serena y bendecida actitud de paz mental. La Palabra de Dios requiere que seamos como nuestro Salvador, que reflejemos su imagen, imitemos su ejemplo, y vivamos su vida. El egoísmo y la mundanalidad no son frutos del árbol cristiano. Ningún hombre puede vivir para sí y a la vez disfrutar de la aprobación de Dios (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 106).

Las tentaciones a las que estamos expuestos diariamente hacen de la oración una necesidad. Para que el poder de Dios pueda guardarnos por la fe, los deseos de la mente deberían ascender continuamente en oración silenciosa pidiendo ayuda, luz, fuerza y sabiduría…

Debemos vivir una vida de doble aspecto. Debe ser una vida de meditación y acción, de oración silenciosa y de trabajo honesto… El alma que se vuelve a Dios en busca de fuerza, apoyo y poder mediante la oración diaria y sincera tendrá nobles aspiraciones, claras percepciones de la verdad y el deber, elevados propósitos de acción y un hambre y una sed de justicia continuas. Al mantener la unión con Dios seremos capaces de difundir a otros, mediante nuestras relaciones con ellos, la luz, la paz, y la serenidad que gobiernan nuestro corazón y seremos para ellos un ejemplo de fidelidad inquebrantable a los intereses de la obra en la que participamos (Testimonios para la iglesia, t. 4, pp. 450, 451 ).

Elena G.W

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