«Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. El es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias». Salmo 103:1-4.
Dios nos ha dado el don del habla para que podamos relatar a otros cómo él nos trata, para que su amor y compasión pueda conmover a otros corazones, y que de otras almas puedan elevarse también alabanzas a Aquel que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. El Señor ha dicho: «Vosotros sois mis testigos». Isaías 43:10. Pero todos los que son llamados a testificar por Cristo, deben aprender de él a fin de ser testigos eficientes. Como hijos del Rey celestial, deben educarse para dar testimonio en voz clara y distinta, y de tal manera que nadie pueda recibir la impresión de que les cuesta hablar de la misericordia del Señor (Consejos para los maestros, p. 230).
Por nosotros [Jesús] soportó la agonía del Huerto de Getsemaní… Oh, ¿por qué todo este sufrimiento, esta ignominia y torturante agonía? Fue para que mediante el sacrificio de sí mismo pudiera revelarse su amor, para que pudiera apartar a los hombres de los caminos del pecado. Después de que hayamos costado tanto al Salvador, ¿lo dejaremos ahora? ¡Oh, no, no! Fiel es el que ha prometido; sus brazos están extendidos para recibir en su corazón de amor a los creyentes arrepentidos, con toda la ternura del afecto divino. En Jesús tenemos un amigo perdurable e inmutable, y aunque todas las perspectivas terrenales fracasen y todo amigo terrenal resulte traicionero, él sigue siendo fiel.
Sus siervos son tan queridos para él como la niña de sus ojos. En la prueba, en la necesidad, en la perplejidad y en la angustia, no estamos solos; a cada paso, en tono seguro y consolador, él nos pide: «Sígueme» «Nunca te dejaré ni te desampararé (Manuscript Releases, t. 12, p. 115).
La historia bíblica sostiene al corazón que desmaya con la esperanza de la misericordia divina. No necesitamos desesperarnos cuando vemos que otros lucharon con desalientos semejantes a los nuestros, cayeron en tentaciones como nosotros, y sin embargo recobraron sus fuerzas y recibieron bendición de Dios. Las palabras de la inspiración consuelan y alientan al alma que yerra. Aunque los patriarcas y los apóstoles estuvieron sujetos a las flaquezas humanas, por la fe obtuvieron buen renombre, pelearon sus batallas con la fuerza del Señor y vencieron gloriosamente. Así también podemos nosotros confiar en la virtud del sacrificio expiatorio y ser vencedores en el nombre de Jesús. La humanidad fue humanidad en todas partes del mundo, desde el tiempo de Adán hasta la generación actual; y a través de todas las edades el amor de Dios no tiene comparación (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 19).