- mayo 3, 2024
Viernes 3 de mayo – PARA ESTUDIAR Y MEDITAR – FE CONTRA TODO PRONÓSTICO
FE CONTRA TODO PRONÓSTICO “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal. 119:11). Viernes: 3…
FE CONTRA TODO PRONÓSTICO
“En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal. 119:11).
Viernes: 3 de mayo
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
“Los fieles siervos de Dios no trabajaban solos. Mientras los principados y las potestades de los espíritus malignos se coaligaron contra ellos, el Señor no desamparó a su pueblo. Si sus ojos hubiesen sido abiertos, habrían visto una tan clara evidencia de la presencia y el auxilio divinos como la concedida a los profetas en la antigüedad. Cuando el siervo de Eliseo mostró a su amo el ejército hostil que los rodeaba sin dejarles escapatoria, el profeta oró: ‘Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea’ (2 Rey. 6:17). Y he aquí el monte estaba lleno de carros y caballos de fuego: el ejército celestial estaba apostado para proteger al varón de Dios. Del mismo modo, había ángeles que cuidaban a quienes trabajaban en la causa de la Reforma” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 221).
“Cuando enemigos poderosos se unían para destruir la fe reformada y millares de espadas parecían desenvainarse para combatirla, Lutero escribió: ‘Satanás manifiesta su ira; conspiran pontífices impíos; y nos amenaza la guerra. Exhorten a la gente a que contienda valientemente ante al Trono del Señor, por medio de la fe y la oración, para que nuestros enemigos, vencidos por el Espíritu de Dios, se vean obligados a ser pacíficos. Nuestra más ingente necesidad, la primera cosa que debemos hacer, es orar; hagan saber a la gente que en esta hora ella misma se halla expuesta al filo de la espada y a la ira de Satanás; hagan que oren’ ” (D’Aubigné, lib. 10, cap. 14, citado en El conflicto de los siglos, p. 222).
La justificación por la fe, la gran verdad que Lutero redescubrió, es el fundamento del evangelio, la verdad sobre la que descansa nuestra esperanza de salvación. Su himno “Castillo fuerte” enuncia el evangelio en forma poderosa: “Luchar aquí sin el Señor, cuán vano hubiera sido. Mas por nosotros pugnará de Dios el Escogido. ¿Sabéis quién es? Jesús, el que venció en la Cruz; Señor de Sebaoth, omnipotente Dios, él triunfa en la batalla” (Himnario Adventista [Florida: ACES, 2009]), Nº 400).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
¿Cómo podemos explicar el equilibrio entre la gracia y la Ley, entre la fe y las buenas obras?
¿Por qué crees que es tan fácil permitir que nuestra mente caiga en el legalismo? ¿Cómo definirías el legalismo? Por qué es tan perjudicial para nuestra fe cristiana?
¿Existen peligros si no se entiende correctamente el concepto de “salvación por gracia”? ¿A dónde puede conducir ese malentendido?
¿Qué quieren decir algunos cuando utilizan la expresión “gracia barata”? La gracia ¿es barata?
Comentarios Elena G.W
Dado que la ley del Señor es perfecta y, por lo tanto, inmutable, es imposible que los hombres pecaminosos satisfagan por sí mismos la medida de lo que requiere. Por eso vino Jesús como nuestro Redentor. Era su misión, al hacer a los hombres participes de la naturaleza divina, ponerlos en armonía con los principios de la ley del cielo. Cuando renunciamos a nuestros pecados y recibimos a Cristo como nuestro Salvador, la ley es ensalzada. Pregunta el apóstol Pablo: «¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley». Romanos 3:31.
La promesa del nuevo pacto es: «Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré». Hebreos 10:16. Mientras que con la muerte de Cristo iba a desaparecer el sistema de los símbolos que señalaban a Cristo como Cordero de Dios que iba a quitar el pecado del mundo, los principios de justicia expuestos en el Decálogo son tan inmutables como el trono eterno. No se ha suprimido un mandamiento, ni una jota o una tilde se ha cambiado. Estos principios que se comunicaron a los hombres en el paraíso como la ley suprema de la vida existirán sin sombra de cambio en el paraíso restaurado. Cuando el Edén vuelva a florecer en la tierra, la ley de amor dada por Dios será obedecida por todos debajo del sol (El discurso maestro de Jesucristo, p. 47).
La pureza, la santidad de la vida de Jesús tal como se la presenta en la Palabra de Dios, poseen un mayor poder para reformar y transformar el carácter que todos los esfuerzos realizados para ilustrar los pecados y crímenes de los hombres con sus seguros resultados. Una mirada resuelta al Salvador levantado sobre la cruz, hará más para purificar la mente y el corazón de toda impureza, de lo que podrán lograr todas las explicaciones científicas expuestas por la lengua más hábil.
Ante la cruz el pecador observa toda la desemejanza de su carácter al de Cristo. Ve las terribles consecuencias de la transgresión; odia el pecado que ha practicado antes, y se aferra de Jesús por medio de una fe viviente. Ha juzgado su grado de pureza a la luz de la presencia de Dios y de los seres celestiales. La ha medido con la norma de la cruz. La ha pesado en las balanzas del santuario. La pureza de Cristo le ha revelado al hombre su propia impureza en sus colores más odiosos. Entonces se aparta del pecado degradante, mira a Jesús y vive (Exaltad a Jesús, 10 de octubre, p. 291).
Algunos parecen creer que deben estar a prueba y que deben demostrar al Señor que se han reformado, antes de poder contar con su bendición. Sin embargo, ahora mismo pueden pedirla a Dios. Deben tener su gracia, el Espíritu de Cristo, para que les ayude en sus flaquezas; de otra manera no podrían resistir al mal. El Señor Jesús se complace en que vayamos a él como somos: pecaminosos, sin fuerza, necesitados. Podemos ir con toda nuestra debilidad, insensatez y maldad, y caer arrepentidos a sus pies. Es su gloria estrecharnos en los brazos de su amor, vendar nuestras heridas y limpiarnos de toda impureza…
Nadie es tan pecador que no pueda hallar fuerza, pureza y justicia en Jesús, quien murió por todos. El está aguardando para quitarles sus vestiduras manchadas y contaminadas de pecado y ponerles los mantos blancos de la justicia; les ordena vivir, y no morir (El camino a Cristo, pp. 52, 53).