¿Recuerdas los problemas matemáticos que te daban en la escuela en primer grado? Por ejemplo, el clásico: “Tienes 2 manzanas y regalas 1, ¿cuántas te quedan?” Otro parecido: “Tienes 2 manzanas y regalas 2, ¿cuántas te quedan?”
Ahora este: “Supón que lo único que tienes para la cena es un pan, nada más. De repente viene Dios y te dice: ‘Comparte tu pan con tus vecinos de al lado, pues ellos no tienen nada. Yo te prometo que aunque des, nunca te va a faltar’. ¿Qué harías? Muchos razonaríamos así: ‘No, Señor. ¿Acaso no ves lo poco que tengo? Si yo le doy a los vecinos, ¡me faltará a mí! Habiendo tanta gente rica en mi ciudad, ¿justo a mí me pides que comparta?’ ”
En la Biblia encontramos una historia donde Dios le pidió a una viuda pobre que hiciera exactamente eso. Estaba juntando leña para prepararse un pancito para comerlo con su hijo y luego “dejarse morir”. Entonces, llegó Elías, y le dijo: “Con esa poca harina y aceite que te queda, hazme un pancito a mí, pues Dios promete que no te va a faltar ni harina ni aceite”. La viuda podría haber pensado: “¿Qué? ¿Este hombre quiere que le prepare lo último que me queda para él?”
Volvamos a los problemas matemáticos del principio: “Si tengo 2 elementos para hacer pan y los 2 se los doy a Elías, ¡yo me quedo con nada! (2 – 2 = 0)”. Sin embargo, Dios desafió la fe de la viuda con una propuesta antimatemáticas: “Si tienes 2 elementos para hacer pan y le das los 2 a Elías, te prometo que seguirás