Veamos a Pablo en Atenas frente al concilio del Areópago… Notemos como con tacto nacido del amor divino señaló a Jehová como el «Dios desconocido» que sus oyentes estaban adorando sin saberlo; y con palabras escritas por uno de sus poetas les presentó al Padre, de quien ellos eran hijos. En una época cuando se daba tanto valor a las castas, cuando los derechos del hombre como tal eran totalmente desconocidos, escuchémoslo presentar la gran verdad de la fraternidad humana, cuando declaró que Dios «de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra». Y a continuación mostró cómo en todo el trato de Dios con los hombres corre como un hilo de oro su propósito de gracia y misericordia (La historia de la redención, pp. 327, 328).
Estando en medio del Areópago, Pablo presentó delante de los habitantes de Atenas la majestad del Dios viviente en contraste con su culto idolátrico.
Les dijo: «Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anunció. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo el Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, pueden hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres». Hechos 17:22-29 (Mensajes selectos, t. 1, p. 344).
Dios busca frutos en su iglesia: frutos que respondan a las lecciones de Cristo, que sean dignos de la verdad que profesamos creer y que revelen la sabiduría y la misericordia de Cristo. El Señor pide un ministerio convertido, un ministerio que vaya al encuentro de las personas allí donde están, que esté de acuerdo con ellas siempre que pueda, pero que no niegue la verdad. No debemos encerrarnos entre cuatro paredes, para que nuestra luz no pueda llegar a los demás. Hay un terreno común donde podemos encontrarnos con los que no son de nuestra fe, donde podemos estar de acuerdo en los principios y en lo que respecta a la lección de Cristo. Pocos se volverán combativos a causa de estos principios santos (Manuscript Releases, t. 6, p. 104, 1898).