“Me encanta tu forma de escribir, es sencilla y sublime”, me confesó recientemente por mensaje de texto un autor de libros a quien admiro bastante. Sonó como música a mis oídos, hasta que añadió:
“Lástima que, en aras de tanta perfección, tú misma nos impides leerte más a menudo. Lamento que otros libros hayan tenido más influencia sobre mí que tus escritos”.
Lo malo de las cosas que se dicen por texto y no de viva voz es que no podemos idealizarlas en la memoria, recordándolas como nos gustaría que hubieran sido. Los amigos que nos dicen las verdades —con o sin anestesia— nos hacen un gran favor.
El mensaje entre líneas estaba claro: “Mónica, tu afán de perfeccionismo nos impide beneficiarnos de los talentos que tienes. Úsalos, sin preocuparte por lo que los demás piensen de ti. Por favor, gracias”. Amén.
Necesitaba oír esa verdad, porque aún no tenía del todo claro que lo perfecto es enemigo de lo bueno. Lo bueno es querer mejorar, porque se basa en el sano deseo interno de no estancarnos en la mediocridad; pero el perfeccionismo se basa en la búsqueda de la aprobación externa que, digámoslo claro, no tiene nada de sano.
El perfeccionismo es una actitud defensiva que nos lleva a construir una muralla de logros y “buena” imagen tras la cual esconder nuestra vulnerabilidad (nuestra humanidad). Y ocultar nuestra humanidad es una forma de autoengaño que nos impide crecer, mejorar y depender de Dios con fe.
El libro imperfecto que se ha llegado a publicar es mejor que el manuscrito perfecto que nunca te atreviste a entregar; la charla imperfecta que te decidiste a dar es mejor que el bosquejo perfecto que nunca pudiste pronunciar; la llamada imperfecta que hiciste es mejor que la conversación perfecta que solo imaginaste; el trabajo imperfecto que finalmente aceptaste te ha abierto más puertas que el trabajo perfecto que anhelabas pero que nunca pudiste conseguir… Por eso, no dejes que lo perfecto te impida alcanzar lo bueno.
Sí, la Biblia nos llama a ser “perfectos, como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mat. 5:48, RVR95), pero la palabra griega usada ahí, teleios, significa “completo, maduro, consagrado, cumplido”, no significa “perfecto” en el sentido de “impecable” o “sin defecto”.
La perfección humana no existe, ¿por qué intentar alcanzar algo imposible? Parece un desperdicio de energía. La madurez, el crecimiento, la consagración… eso sí es otra cosa.
“Dios, que comenzó a hacer su buena obra en ustedes, la irá llevando a buen fin hasta el día en que Jesucristo regrese” (Fil. 1:6).