Los hombres están postergando la venida del Señor. Se burlan de las amonestaciones. Orgullosamente
se jactan diciendo: "Todas las cosas permanecen así como desde el principio". 2 Pedro 3:4.
En el mundo todo es agitación. Las señales de los tiempos son alarmantes. Los acontecimientos
venideros proyectan ya sus sombras delante de sí. El Espíritu de Dios se está retirando de la tierra, y
una calamidad sigue a otra por tierra y mar. Hay tempestades, terremotos, incendios, inundaciones,
homicidios de toda magnitud. ¿Quién puede leer lo futuro? ¿Dónde hay seguridad?
Solemnemente llegan hasta nosotros, a través de los siglos, las palabras amonestadoras de nuestro
Señor desde el monte de las Olivas: "Mirad por vosotros, que vuestros corazones no sean cargados de
glotonería y embriaguez, y de los cuidados de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día".
"Velad pues, orando en todo tiempo, que seáis tenidos por dignos de evitar todas estas cosas que han
de venir y de estar en pie delante del Hijo del hombre" (El Deseado de todas las gentes, 590, 591).
Las obligaciones que descansan sobre nosotros no son insignificantes. Nuestro sentido de dependencia
nos debe acercar a Dios; nuestro concepto del deber que debemos llevar a cabo nos debe inducir a
esforzarnos, combinando nuestros esfuerzos con ferviente oración, con obras, con fe y con oración
constante. ¡Poder! ¡Poder! ¡Nuestro gran clamor consiste en solicitar poder sin medida! Nos espera.
Solo tenemos que obtenerlo, confiar en la Palabra de Dios, obrar por fe, confiar firmemente en las
promesas y luchar para obtener los dones de la gracia de Dios. La erudición no es esencial, el genio
no es necesario, la elocuencia puede faltar, pero Dios escucha las oraciones del corazón humilde y
contrito, y cuando él escucha no hay obstáculos que puedan impedir la marcha. El poder de Dios nos
hará eficientes (Cada día con Dios, p. 185).
¿Creemos con todo nuestro corazón que Cristo va a venir pronto y que tenemos ahora el último
mensaje de misericordia que haya de ser dado a un mundo culpable? ¿Es nuestro ejemplo lo que
debiera ser? Por nuestra vida y santa conversación, ¿revelamos a los que nos rodean que estamos
esperando la gloriosa aparición de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien cambiará estos viles
cuerpos y los transformará a semejanza de su glorioso cuerpo? Temo que no creamos ni
comprendamos estas cosas como debiéramos...
Los ángeles están velando sobre nosotros y nos guardan; pero a menudo los agraviamos participando
en conversaciones triviales, en bromas, y también descendiendo a una negligente condición de estupor.
Aunque de vez en cuando hagamos un esfuerzo para obtener la victoria, y la obtengamos, no obstante,
si no la conservamos y, volviendo a la condición anterior de descuido e indiferencia, nos demostramos
incapaces de hacer frente a las tentaciones y de resistir al enemigo, no soportamos la prueba de nuestra
fe que es más preciosa que el oro. No estamos sufriendo por Cristo, ni nos gloriamos en la tribulación
Hay una gran falta de fortaleza cristiana y no se sirve a Dios por principio. No debemos procurar
agradar al yo, sino honrar y glorificar a Dios, y en todo lo que hagamos y digamos procurar
sinceramente su gloria (Primeros escritos, pp. 1 11, 112).