- enero 29, 2025
Miércoles 29 de enero – DIOS NO SE COMPLACE EN AFLIGIR – LA IRA DEL AMOR DIVINO
LA IRA DEL AMOR DIVINO «Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad y no los destruía; apartó muchas veces su ira…

LA IRA DEL AMOR DIVINO

«Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad y no los destruía; apartó muchas veces su ira y no despertó todo su enojo» (Sal. 78: 38).
Miércoles: 29 de enero
DIOS NO SE COMPLACE EN AFLIGIR
A lo largo de la Biblia, Dios muestra repetidamente su pasión en favor de los oprimidos y su correspondiente justa indignación contra los victimarios y opresores. Si no existiera el mal, Dios no se enfadaría. Su ira se expresa solo y siempre contra lo que daña a su Creación.
Según Lamentaciones 3: 32 y 33, Dios no se complace en afligir (literalmente, Dios no aflige “de corazón”). No quiere dañar a los malhechores, pero el amor exige justicia.
Esta verdad es ejemplificada por el reiterado perdón concedido por Dios a su pueblo y por las repetidas oportunidades que le dio de arrepentirse y reconciliarse con él. Por medio de los profetas, Dios llamó una y otra vez a su pueblo, pero este se negó a escuchar (ver Jer. 35: 14-17; Sal. 81: 11-14).
Lee Esdras 5: 12 y compáralo con Jeremías 51: 24, 25 y 44. ¿Qué enseñan estos textos acerca del juicio divino que sobrevino a Jerusalén por medio de los babilonios? (Ver también 2 Crón. 36: 16).
Esdras 5: 12
12 Mas después que nuestros padres provocaron a ira al Dios de los cielos, él los entregó en mano de Nabucodonosor rey de Babilonia, caldeo, el cual destruyó esta casa y llevó cautivo al pueblo a Babilonia.
Jeremías 51: 24-25 y 44
24 Y pagaré a Babilonia y a todos los moradores de Caldea, todo el mal que ellos hicieron en Sion delante de vuestros ojos, dice Jehová. 25 He aquí yo estoy contra ti, oh monte destruidor, dice Jehová, que destruiste toda la tierra; y extenderé mi mano contra ti, y te haré rodar de las peñas, y te reduciré a monte quemado.
44 Y juzgaré a Bel en Babilonia, y sacaré de su boca lo que se ha tragado; y no vendrán más naciones a él, y el muro de Babilonia caerá.
2 Crónicas 36: 16
16 Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio.
Según Esdras 5, después de que el pueblo provocara persistente e impenitentemente la ira de Dios, el Señor acabó por retirarse y “entregó” al pueblo “en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia” (Esd. 5: 12). Pero Dios lo hizo solamente después de que “ya no hubo remedio” (2 Crón. 36: 16, RVC), y más tarde juzgó a Babilonia por la devastación excesiva que infligió a Judá (Jer. 51: 24, 25, 44; compara con Zac. 1: 15).
Muchos otros juicios que las Escrituras describen como desencadenados por Dios se explican como casos en los que él “entrega” al pueblo a sus enemigos (Juec. 2: 13, 14; Sal. 106: 41, 42) en respuesta a la decisión del pueblo de abandonar al Señor y servir a los “dioses” de las naciones (Deut. 29: 24-26; Juec. 10: 6-16). La ira de Dios contra el mal, que finalmente culminará en su erradicación, procede de su amor por todos y de su deseo del bien final del universo, que a su vez está en juego en toda la cuestión del pecado, la rebelión y el mal.
¿Cómo influye en tu comprensión de la ira divina el hecho de que Dios no desea condenar a nadie? Si Dios es lento en airarse, ¿no deberíamos ser más pacientes y magnánimos con los que nos rodean? ¿Cómo podemos hacerlo sin dejar de proteger a las víctimas de las malas acciones?
Comentarios Elena G.W
La compasión divina se leía en el semblante del Hijo de Dios mientras dirigía una última mirada al templo y luego a sus oyentes. Con voz ahogada por la profunda angustia de su corazón y amargas lágrimas, exclamó: «¡Jerusalem, Jerusalem, que matas a los profetas, y apedreas a los que son enviados a ti! ¡cuántas veces quise juntar tus hijos, como la gallina junta sus pollos debajo de las alas, y no quisiste!» Esta es la lucha de la separación. En el lamento de Cristo, se exhala el anhelo del corazón de Dios (Exaltad a Jesús, p. 331).
Nuestro Padre celestial no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres.
Este mundo es el escenario de nuestras pruebas, nuestros dolores, nuestros pesares. Estamos aquí para soportar la prueba de Dios. El fuego del horno debe avivarse hasta que nuestra escoria sea consumida y salgamos como oro purificado en el horno de la aflicción… Saldrá luz de estas tinieblas… «Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito». Job 1:21. Sea este el lenguaje de su corazón. La nube de misericordia se cierne sobre su cabeza aun en la hora más oscura.
Los beneficios de Dios para nosotros son tan numerosos como las gotas de lluvia que caen de las nubes a la tierra reseca para regarla y refrescarla. La misericordia de Dios está sobre usted…
Si pudieran ser abiertos sus ojos, vería a su Padre celestial inclinado sobre usted con amor, y si pudiera escuchar su voz, sería en tonos de compasión hacia usted que está postrado por el sufrimiento y la aflicción. Manténgase firme en su fuerza; hay descanso para usted (In Heavenly Places, p. 272; parcialmente en En los lugares celestiales, p. 274).
Dentro de pocos y cortos años el rey de Babilonia iba a ser usado como instrumento de la ira de Dios sobre el impenitente Judá. Una y otra vez Jerusalén iba a quedar rodeada y en ella entrarían los ejércitos sitiadores de Nabucodonosor. Una compañía tras otra, compuestas al principio de poca gente, pero más tarde de millares y decenas de millares de cautivos, iban a ser llevadas a la tierra de Sinar, para morar allí en destierro forzoso. Joaquim, Joaquín y Sedequías, esos tres reyes judíos iban a ser por turno vasallos del gobernante babilónico, y cada uno a su vez se iba a rebelar. Castigos cada vez más severos iban a ser infligidos a la nación rebelde, hasta que por fin toda la tierra quedase asolada, Jerusalén reducida a ruinas chamuscadas por el fuego, destruido el templo que Salomón había edificado, y el reino de Judá iba a caer para nunca volver a ocupar su puesto anterior entre las naciones de la tierra.
Aquellos tiempos de cambios, tan cargados de peligros para la nación israelita, fueron señalados por muchos mensajes enviados del Cielo, por medio de Jeremías. Así fue cómo el Señor dio a los hijos de Judá amplia oportunidad de librarse de las alianzas con que se habían enredado con Egipto, y de evitar la controversia con los gobernantes de Babilonia. A medida que se acercaba el peligro amenazador, enseñó al pueblo por medio de una serie de parábolas en actos, con la esperanza de despertarlos, hacerles sentir su obligación hacia Dios y alentarlos a sostener relaciones amistosas con el gobierno babilónico (Profetas y reyes, pp. 311, 312).