Martes 1 de julio – EL MISTERIO DEL EVANGELIO

EL MISTERIO DEL EVANGELIO “A aquel que es poderoso para hacer infinitamente más que todo cuanto pedimos o entendemos, por…

 Martes 1 de julio – EL MISTERIO DEL EVANGELIO

EL MISTERIO DEL EVANGELIO

“A aquel que es poderoso para hacer infinitamente más que todo cuanto pedimos o entendemos, por el poder que actúa en nosotros; a él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús, en todas las generaciones y por los siglos de los siglos. Amén” (Efe. 3:20, 21).

Martes: 1 de julio

LA IGLESIA: REVELADORA DE LA SABIDURÍA DE DIOS

¿Qué dice Pablo acerca de Dios y de las acciones de Dios en Efesios 3:7 al 13?

 

Efesios 3:7-13

del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder. A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas; 10 para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, 11 conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, 12 en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él; 13 por lo cual pido que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria.

Pablo vuelve a afirmar que es un “ministro” por el “don de la gracia de Dios” (Efe. 3:7; comparar con Efe. 3:1, 2). Este don, como el evangelio mismo, no se otorga debido al valor que tenga el receptor, sino por la gracia de Dios. Pablo recalca este aspecto al describirse como “menos que el menor de todos los santos” (Efe. 3:8).

Hay una progresión interesante en la comprensión de sí mismo de Pablo que se percibe a medida que avanzamos en sus cartas en el orden en que fueron escritas. Al principio, reclama su condición de apóstol designado divinamente (Gál. 1:1). Sin embargo, más adelante se presenta como “el menor de los apóstoles” y “como indigno de ser llamado apóstol” (1 Cor. 15:9). Aquí, en Efesios, se considera “menos que el menor de todos los santos” (Efe. 3:8). Finalmente, se describe a sí mismo como el “primero” o el “peor” (NTV) de los pecadores (1 Tim. 1:15).

Tal vez esta línea de pensamiento de Pablo pueda ayudar a explicar esta famosa cita de Elena de White: “Cuanto más cerca estés de Jesús, más imperfecto te reconocerás a tus propios ojos; porque tu visión será más clara, y tus imperfecciones se verán en abierto y claro contraste con su naturaleza perfecta” (El camino a Cristo, p. 56).

Pablo luego continúa. En Efesios 3:10, escribe: “Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora notificada por medio de la iglesia a los principados y potestades de los cielos”. ¿Quiénes son los “principados y potestades de los cielos” que se mencionan aquí? ¿Cómo les anuncia la iglesia la sabiduría “multiforme” o multifacética de Dios? Aunque Efesios 3:10 no describe la naturaleza de esos poderes, parece que lo mejor es tomarlos como los maléficos que en Efesios 6:11 y 12 se describen con más detalle. Si es así, la composición de la iglesia (que unifica a judíos y gentiles, que en otro tiempo fueron partes muy divididas de la humanidad) se convierte en un anuncio resonante para estos demoníacos “principados y potestades de los cielos” acerca del plan de Dios para el futuro: “reuni[r] en él [Cristo], bajo una sola cabeza, todo lo que está en el cielo y lo que está en la tierra” (Efe. 1:10). Se les advierte que el plan de Dios está en marcha y la destrucción de ellos está garantizada. La naturaleza misma de una iglesia unificada señala su derrota final.

Si tu congregación se tomara en serio la “descripción de trabajo” que Pablo hace de la iglesia en Efesios 3:10, ¿cómo podría cambiar la forma en que tú y los hermanos de iglesia se relacionan entre sí?

Comentarios Elena G.W

Pablo tenía vivísimos deseos de que se viese y comprendiese la humillación de Cristo. Estaba convencido de que, con tal que se lograse que los hombres considerasen el asombroso sacrificio realizado por la Majestad del cielo, el egoísmo sería desterrado de sus corazones. El apóstol se detiene en un detalle tras otro para que de algún modo alcancemos a darnos cuenta de la admirable condescendencia del Salvador para con los pecadores. Dirige primero el pensamiento a la contemplación del puesto que Cristo ocupaba en el cielo, en el seno de su Padre. Después lo presenta abdicando de su gloria, sometiéndose voluntariamente a las humillantes condiciones de la vida humana, asumiendo las responsabilidades de un siervo, y haciéndose obediente hasta la muerte más ignominiosa, repulsiva y dolorosa: la muerte en la cruz. ¿Podemos contemplar tan admirable manifestación del amor de Dios sin agradecimiento ni amor, y sin un sentimiento profundo de que ya no somos nuestros? A un Maestro como Cristo no debe servírsele impul sado por móviles forzados y egoístas (El ministerio de curación, p. 401).

El conocimiento de Dios según está revelado en Cristo es el que todos los salvos han de tener. Es el conocimiento lo que obra la transformación del carácter. Este conocimiento, cuando es recibido, recreará el alma a la imagen de Dios. Impartirá a todo el ser una fuerza espiritual que es divina…

«Por esta causa», dice Pablo, «doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios». Efesios 3:14-19 (Testimonios para la iglesia, t. 8, p. 304).

Que todo aquel que asevera seguir a Cristo se estime menos a sí mismo y más a los demás. ¡Uníos, uníos! En la unión hay fuerza y victoria; en la discordia y la división hay debilidad y derrota. Estas son palabras que me dirigió el Cielo. Como embajadora de Dios os las transmito. Procure cada uno contestar la oración de Cristo: «Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti». Juan 17:21. ¡Oh, qué unidad! Y dice Cristo: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros». Juan 13:35 (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 461, 462).

Elena G.W

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