A veces, observamos la reacción de una persona en una situación concreta y pensamos: “¡Qué humilde es!”. Llegamos a esta conclusión al darnos cuenta de que, ante esa misma circunstancia, nosotras hubiéramos reaccionado diferente.
Estamos, en todo caso, hablando de una humildad situacional; incluso la persona más orgullosa y narcisista puede tener conductas, momentos o estados de humildad por razones tan arrogantes como hacer creer que es humilde. Una paradoja entre tantas otras de nuestra naturaleza humana caída.
Cuando la Biblia nos llama a ser humildes (Efe. 4:2; Fil. 2:3; Sant. 3:13; 4:10; Col. 3:12; 1 Ped. 3:8), no nos está hablando de fijar nuestra mente en conductas concretas y mucho menos de aparentar ser lo que no somos. El llamado bíblico a la humildad tiene que ver con un estilo de vida; con acercarnos a lo que nos rodea de la manera en que lo hizo Jesús, quien dijo: “Aprendan de mí, pues soy humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma” (Mat. 11:29).
Y si Jesús dijo que la humildad es buena para el descanso del alma, los científicos añaden hoy que la humildad está asociada a mejor salud mental (autoestima, gratitud, perdón), mayor rendimiento académico y profesional, relaciones de pareja más positivas, menos conflictos espirituales y menos ansiedad ante la muerte.135
¿En qué consiste la humildad como estilo de vida? Según la autora y profesora de Psicología June Tangney, básicamente en seis actitudes permanentes:
Verse a uno mismo con equilibrio (no somos la gran cosa pero tampoco es que no valgamos nada).
Reconocer que tenemos limitaciones y cometemos errores (es decir, aceptar que no siempre tenemos la razón).Ser personas enseñables, con la mente abierta a la posibilidad de aprender para cambiar, mejorar y crecer.
Poner en perspectiva nuestros logros y capacidades. Para los cristianos, la perspectiva es clara: nuestros dones vienen del Señor, que los reparte conforme a su voluntad y según sus propósitos de salvación.No centrarse demasiado en uno mismo.Valorar la perspectiva de los demás.Mucho para aprender; y para aprenderlo del único que fue realmente humilde: el Maestro.
“Presentándose como un hombre cualquiera, [Jesús] se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz” (Filipenses 2:7, 8).
135 Mark R. McMinn, The Science of Virtue (Grand Rapids, Míchigan: BrazosPress, 2017), p. 104.