Domingo 18 de febrero – EN MI CORAZÓN HE GUARDADO TUS DICHOS – SABIDURÍA PARA VIVIR CON RECTITUD

SABIDURÍA PARA VIVIR CON RECTITUD “Enséñanos a contar nuestros días de modo que nuestro corazón adquiera sabiduría” (Sal. 90:12). Domingo:…

 Domingo 18 de febrero – EN MI CORAZÓN HE GUARDADO TUS DICHOS – SABIDURÍA PARA VIVIR CON RECTITUD

SABIDURÍA PARA VIVIR CON RECTITUD

“Enséñanos a contar nuestros días de modo que nuestro corazón adquiera sabiduría” (Sal. 90:12).

Domingo: 18 de febrero

EN MI CORAZÓN HE GUARDADO TUS DICHOS

Lee Salmo 119:1 al 16 y 161 al 168. ¿Cómo debemos guardar los mandamientos de Dios, y cuáles son las bendiciones que recibimos al guardarlos?

 

Salmo 119:1-16 y 161-168

1 Bienaventurados los perfectos de camino, Los que andan en la ley de Jehová. Bienaventurados los que guardan sus testimonios, Y con todo el corazón le buscan; Pues no hacen iniquidad Los que andan en sus caminos. Tú encargaste Que sean muy guardados tus mandamientos. ¡Ojalá fuesen ordenados mis caminos Para guardar tus estatutos! Entonces no sería yo avergonzado, Cuando atendiese a todos tus mandamientos. Te alabaré con rectitud de corazón Cuando aprendiere tus justos juicios. Tus estatutos guardaré; No me dejes enteramente. ¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. 10 Con todo mi corazón te he buscado; No me dejes desviarme de tus mandamientos. 11 En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti. 12 Bendito tú, oh Jehová; Enséñame tus estatutos. 13 Con mis labios he contado Todos los juicios de tu boca. 14 Me he gozado en el camino de tus testimonios Más que de toda riqueza. 15 En tus mandamientos meditaré; Consideraré tus caminos. 16 Me regocijaré en tus estatutos; No me olvidaré de tus palabras.

161 Príncipes me han perseguido sin causa, Pero mi corazón tuvo temor de tus palabras. 162 Me regocijo en tu palabra Como el que halla muchos despojos. 163 La mentira aborrezco y abomino; Tu ley amo. 164 Siete veces al día te alabo A causa de tus justos juicios. 165 Mucha paz tienen los que aman tu ley, Y no hay para ellos tropiezo. 166 Tu salvación he esperado, oh Jehová, Y tus mandamientos he puesto por obra. 167 Mi alma ha guardado tus testimonios, Y los he amado en gran manera. 168 He guardado tus mandamientos y tus testimonios, Porque todos mis caminos están delante de ti.

La Biblia describe una vida diaria de fe como un peregrinaje (“andar” o “caminar”) con Dios en su senda de justicia. Llevamos una vida de fe al andar “en la ley del Señor” (Sal. 119:1) y “a la luz de [s]u rostro” (Sal. 89:15). De ningún modo son dos caminos diferentes. Andar a la luz del rostro de Dios implica cumplir la Ley de Dios. Del mismo modo, caminar “en la ley del Señor” implica buscar a Dios con todo el corazón (Sal. 119:1, 2, 10).

Andar “por caminos perfectos” es otra forma en que los salmos describen la vida recta (Sal. 119:1). Conducirse “sin tacha” (DHH) describe un sacrificio “sin defecto”, que es aceptable a Dios (Éxo. 12:5). Del mismo modo, la vida del justo, que es un sacrificio vivo (Rom. 12:1), no debe estar manchada por el amor al pecado. Una vida dedicada a Dios es también un “camino perfecto”, lo que significa que la persona toma una dirección correcta en la vida, que agrada a Dios (Sal. 101:2, 6; ver también Sal. 18:32).

Guardar los mandamientos de Dios no tiene nada que ver con una observancia legalista de las normas divinas. Al contrario, consiste en un “buen entendimiento” de la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, y entre el bien y el mal (Sal. 111:10; ver también 1 Crón. 22:12), y abarca a toda la persona, no solamente las acciones externas. Ser “sin tacha”, guardar los mandamientos de Dios y buscar a Dios con todo el corazón son actitudes inseparables en la vida (Sal. 119:1, 2).

Los mandamientos de Dios son una revelación de la voluntad de Dios para el mundo. Nos instruyen sobre cómo llegar a ser sabios y a vivir en libertad y paz (Sal. 119:7-11, 133). El salmista se deleita en la Ley porque le asegura la fidelidad de Dios (Sal. 119:77, 174).

“Mucha paz gozan los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” (Sal. 119:165). La imagen del tropiezo representa el fracaso moral. Como la lámpara para los pies del salmista (Sal. 119:105), la Palabra de Dios nos protege de las tentaciones (Sal. 119:110).

¿De qué manera demostró Cristo el poder de la Palabra de Dios en su vida (Mat. 4:1-11)? ¿Qué nos dice esto acerca del poder que proviene de un corazón dispuesto a obedecer la Ley de Dios?

Comentarios Elena G.W

Bienaventurados los perfectos de camino; los que andan en la ley de Jehová. Salmo 119:1…

El pecador no puede hacer frente a las exigencias de Dios con sus propias fuerzas. Debe acudir en busca de ayuda al que pagó el rescate por él…

Cristo es nuestra esperanza. Los que confían en él son limpiados. La gracia de Cristo y el gobierno de Dios van juntos en perfecta armonía. Cuando Jesús se convirtió en el sustituto del hombre, la misericordia y la verdad se juntaron, y la justicia y la paz se besaron. La cruz del Calvario da testimonio de las elevadas exigencias de la ley de Dios.

La ley de los Diez Mandamientos no debe ser contemplada tanto desde el lado prohibitorio como desde el lado de la misericordia. Sus prohibiciones son una segura garantía de la felicidad en la obediencia. Cuando se la recibe en Cristo, obra en nosotros la pureza de carácter que nos proporcionará gozo a través de edades eternas. Para el obediente es una muralla de protección. Contemplamos en ella la bondad de Dios, quien revelándoles a los hombres los principios inmutables de justicia, procura escudarlos de los males que resultan de la transgresión (Nuestra elevada vocación, p. 139).

Podemos guardar la ley solo apropiándonos de la justicia de Cristo. Cristo dice: «Separados de mí nada podéis hacer» Juan 15:5. Cuando recibimos el don celestial, la justicia de Cristo, encontraremos que se ha provisto para nosotros la gracia de Cristo, y que los recursos humanos son impotentes. Jesús dio el Espíritu Santo en medida abundante para las grandes emergencias, para ayudarnos en nuestras debilidades, para darnos fuerte consolación, para iluminar nuestras mentes, y para purificar y ennoblecer nuestros corazones. Cristo llega a ser para nosotros sabiduría, justificación, santificación y redención.

Del principio al fin de la vida del cristiano no se puede dar un paso con éxito sin Cristo. El envió su Espíritu para estar con nosotros constantemente, y si confiamos en Cristo hasta lo sumo, entregándole nuestra voluntad, podremos seguirlo por dondequiera que vaya (Reflejemos a Jesús, p. 95).

El Salvador venció para enseñar al hombre cómo puede él también vencer. Con la Palabra de Dios, Cristo rechazó las tentaciones de Satanás. Confiando en las promesas de Dios, recibió poder para obedecer sus mandamientos, y el tentador no obtuvo ventaja alguna. A cada tentación Cristo contestaba: «Escrito está». A nosotros también nos ha dado Dios su Palabra para que resistamos al mal. Grandísimas y preciosas son las promesas recibidas, para que seamos «hechos participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que está en el mundo por concupiscencia». 2 Pedro 1:4

Encareced al tentado a que no mire a las circunstancias, a su propia flaqueza, ni a la fuerza de la tentación, sino al poder de la Palabra de Dios, cuya fuerza es toda nuestra. «En mi corazón —dice el salmista- he guardado tus dichos, para no pecar contra ti». «Por la palabra de tus labios yo me he guardado de las vías del destructor». Salmo 1 19:1 1; 17:4 (El ministerio de curación, p. 136).

Elena G.W

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