El pecado mortal que condujo a Acán a la ruina tuvo su origen en la codicia, que es, entre todos los pecados, el más común y el que se considera con más liviandad. Mientras que otros pecados se averiguan y se castigan, ¡cuán raro es que se censure ni siquiera la violación del décimo mandamiento! La historia de Acán nos enseña la enormidad de ese pecado y adecuadas son sus terribles consecuencias.
La codicia es un mal que se desarrolla gradualmente. Acán albergó avaricia en su corazón hasta que ella se hizo hábito en él y le ató con cadenas casi imposibles de romper. Aunque fomentara este mal, le habría horrorizado el pensamiento de que pudiera acarrear un desastre para Israel; pero el pecado embotó su percepción, y cuando le sobrevino la tentación cayó fácilmente.
¿No se cometen aun hoy pecados semejantes a ese, y frente a advertencias tan solemnes y limpias como las dirigidas a los israelitas? Se nos prohíbe tan expresamente albergar la codicia como se le prohibió a Acán que tomara despojos en Jericó. Dios declara que la codicia o avaricia es idolatría. Se nos amonesta:… “Mirad, y guardaos de toda avaricia”. Lucas 12:15 … Tenemos ante nosotros la terrible suerte que corrieron Acán, Judas, Ananías y Safira. Y aun antes de estos casos tenemos el de Lucifer, aquel “hijo de la mañana” que, codiciando una posición más elevada, perdió para siempre el resplandor y la felicidad del cielo. Y no obstante, a pesar de todas estas advertencias, la codicia reina por todas partes ( Historia de los patriarcas y profetas , p. 530).
Dios proveyó para que no seamos tentados más allá de lo que podemos soportar, y que para toda tentación preparará una salida. Si vivimos totalmente para Dios, no permitiremos que nuestra mente se entregue a imaginaciones egoístas.
Si de alguna manera Satanás puede obtener acceso a la mente, sembrará su cizaña y la hará crecer al punto de producir una cosecha abundante. En ningún caso Satanás puede dominar los pensamientos, palabras y actos, a menos que voluntariamente le abramos la puerta y le invitemos a pasar. Entrará entonces y, arrebatando la buena semilla del corazón, anulará el efecto de la verdad.
Todos los que llevan el nombre de Cristo necesitan velar, orar y guardar las avenidas del alma; porque Satanás está obrando para corromper y destruir, si se le concede la menor ventaja ( El hogar cristiano , p. 365). ( 1 Corintios 10:12, 13). Estas palabras se dan para las personas que aún están relacionadas con el mundo, sujetas a tentaciones e influencias que son engañosas y alucinantes. Mientras mantengan fija su atención en Aquel que es su sol y su escudo, las tinieblas y la oscuridad que las rodean no dejarán una mancha ni una mácula en sus vestiduras. Caminarán con Cristo; orarán, creerán y trabajarán para salvar a las almas que están a punto de perecer. Están tratando de romper las ataduras con que Satanás las ha ligado, y no serán avergonzadas si por fe hacen de Cristo su compañero. El gran engañador permaneció constantemente tentaciones y engaños para echar a perder la obra de los seres humanos; pero si confían en Dios, si son mansos, humildes y dóciles de corazón, si perseveran en el camino del Señor, el cielo se regocijará porque ganarán la victoria. Dios dice:El Cristo triunfante , pág. 49).