Domingo 1 de octubre – EL DIOS QUE NOS TIENDE LA MANO

LA MISIÓN DE DIOS EN FAVOR DE NOSOTROS: PRIMERA PARTE “Pero Dios el Señor llamó al hombre y le dijo:’¿Dónde…

 Domingo 1 de octubre – EL DIOS QUE NOS TIENDE LA MANO

LA MISIÓN DE DIOS EN FAVOR DE NOSOTROS: PRIMERA PARTE

“Pero Dios el Señor llamó al hombre y le dijo:’¿Dónde estás?'» (Efe. 1:9, 10).

Domingo: 1 de octubre

EL DIOS QUE NOS TIENDE LA MANO

Dios nos creó a su imagen y semejanza. Nos entregó un mundo perfecto, y su propósito era que viviéramos en perfecta conexión con él; una relación centrada en su atributo más precioso: el amor. Pero, para que el amor sea real, Dios también nos dio otro don precioso: el libre albedrío, la libertad de elegir qué camino seguir. Por supuesto, Dios dio instrucciones claras a Adán y a Eva sobre el peligro y las consecuencias mortales de la desobediencia (Gén. 2:16, 17). Satanás, por su parte, persuadió engañosamente a Eva de que podía comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal sin ninguna consecuencia negativa; al contrario, afirmó: «Serán como Dios, conocedores del bien y del mal” (Gén.3:5). Por desgracia, Eva decidió desobedecer y le ofreció el fruto a Adán, quien tomó la misma decisión. Por ende, la Creación perfecta se tiñó de pecado.

Ese momento cambió el plan y el propósito originales de Dios para el planeta Tierra, recientemente creado. La misión de salvación, que había sido planificada “antes de la creación del mundo” (Efe. 1:4), debía implementarse ahora.

Lee Génesis 3:9 al 15. Cuáles fueron las primeras palabras de Dios a Adán después de que él y Eva cayeran, y por qué esa declaración es tan significativa incluso hoy en términos teológicos?

 

Génesis 3:9-15

 

Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? 10 Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. 11 Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol del que yo te mandé no comieses? 12 Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. 13 Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí. 14 Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. 15 Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.

Por supuesto, Dios sabía exactamente dónde estaban. Dominados por el miedo, Adán y Eva eran quienes necesitaban ver lo que estaba sucediendo. Pero también necesitaban ser confrontados para que pudieran comprender las terribles consecuencias de su pecado. También Satanás debía ser derrotado. Para ello, Dios comenzó a presentar su misión: el plan de redención (ver Gén. 3:14,15), la única esperanza de reconciliar «consigo al mundo» (2 Cor. 5:19).

Sin embargo, debemos prestar mucha atención al hecho de que, antes de la confrontación y de la promesa de reconciliación, Dios fue en busca de la humanidad caída. A pesar de la situación aparentemente desesperada, Dios aborda esencialmente dos cuestiones en su pregunta a Adán: su naturaleza misionera y nuestro estado caído. Estamos perdidos y necesitamos desesperadamente la salvación. Él es quien sale a nuestro encuentro decidido a salvarnos y a estar con nosotros.

De principio a fin de la historia, Dios sigue preguntando: “Dónde estás?” En tu experiencia personal, qué significa esta para ti y cómo le respondiste?

Comentarios Elena G.W

La ropa blanca de la inocencia era llevada por nuestros primeros padres cuando fueron colocados por Dios en el santo Edén. Ellos vivían en perfecta conformidad con la voluntad de Dios. Toda la fuerza de sus afectos era dada a su Padre celestial. Una hermosa y suave luz, la luz de Dios, envolvía a la santa pareja. Este manto de luz era un símbolo de sus vestiduras espirituales de celestial inocencia. Si hubieran permanecido fieles a Dios, habría continuado envolviéndolos. Pero cuando entró el pecado, rompieron su relación con Dios, y la luz que los había circuido se apartó. Desnudos y avergonzados, procuraron suplir la falta de los mantos celestiales cosiendo hojas de higuera para cubrirse (Palabras de vida del gran Maestro, p. 252).

Desde la caída del hombre, el Señor ha estado llevando a cabo sus designios en el plan de la redención, un plan por el cual procura restaurar en el hombre su perfección original. Gracias a la muerte de Cristo en la cruz, Dios recibe y perdona a cada alma arrepentida…

La salvación de la raza humana siempre ha sido el objeto de los concilios celestiales. El pacto de misericordia fue hecho antes de la fundación del mundo. Ha existido desde toda la eternidad y se lo llama el pacto eterno. Tan cierto como que nunca hubo un momento en que Dios no existiese, así de seguro nunca hubo un momento en que manifestar su gracia a la humanidad no fuese la delicia de la mente eterna (Dios nos cuida, p. 74).

El amor de Jesús por las almas no se puede medir. Cristo murió para salvar no solo a los pocos que lo aceptan; no, él vino a nuestro mundo para salvar a cada hijo e hija de Adán. No vino a buscar y a salvar a los que eran intachables y hermosos, sino que vino a buscar y a salvar a los que están perdidos. «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento». El es el verdadero Pastor, siempre dispuesto a dejar el rebaño que está en el redil e ir al desierto en busca de la oveja perdida (Manuscript Releases, t. 19, p. 330).

Cuando veáis la enormidad del pecado, cuando os veáis como sois en realidad, no os entreguéis a la desesperación, pues a los pecadores es a quienes Cristo vino a salvar. No tenemos que reconciliar a Dios con nosotros, sino que —¡0h maravilloso amor!— «Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo mismo al mundo». Por su tierno amor está atrayendo a sí los corazones de sus hijos errantes. Ningún padre según la carne podría ser tan paciente con las faltas y los yerros de sus hijos, como lo es Dios con aquellos a quienes trata de salvar. Nadie podría argüir más tiernamente con el pecador. Jamás enunciaron los labios humanos invitaciones más tiernas que las dirigidas por él al extraviado. Todas sus promesas, sus amonestaciones, no son sino la expresión de su amor inefable (El camino a Cristo, p. 35).

Elena G.W

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